Verás, tengo al miedo recluido en un cuarto de mi cuerpo a oscuras para que se sienta cómodo y no quiera salir –disculpad la cobardía, pero a veces duermo por no encender la luz–. Si quieres domesticar a tus fantasmas dales una pistola con una única bala, una habitación sin luz, cuenta hasta tres y huye. Todos los valientes mueren en el penúltimo paso pero solo los cobardes lo saben.
En el otro cuarto amanecemos tú y yo cada día como animales salvajes reducidos al instinto básico de supervivencia humano: amarse. Qué voy a decir al respecto: que nos es suficiente lo demuestra la quietud de mis heridas –hay quienes se conforman con poco para vivir, otros necesitan de más para no morir y a mí me basta amarte para saberme inmortal–.