CAPÍTULO | 14

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ANNIKA REED (KING)

Cuando desperté levanté un poco mi mano para intentar cubrir mis ojos de esa cegadora luz.

—La luz –hable, mi voz estaba un poco ronca.

—Доброе утро, миссис Кинг.

(Buenos días señora King) –con rapidez alejé mi mano de mi rostro al escuchar un idioma totalmente extraño para mí.

Frente a mí estaba una mujer joven y muy guapa por cierto, ellos vestía con un uniforme blanco de enfermería.

—¿Qué? No entiendo –digo y al darse cuenta de mi confusión sonríe pero no de malicia.

—скоро ты сможешь пойти домой (pronto se podrá ir a casa)

 –no entendí lo que dijo pero aun así asentí en su respuesta.

A los minutos la puerta sé abrió y por ella entró un hombre mayor y detrás del hombre entró Román que sonrió al verme.

—Вашей жене теперь лучше, и вы можете идти домой, мистер Кинг (Su mujer ya está mejor y ya se puede ir a casa señor King) –le dice el hombre a Román, mi imbécil esposó asintió como respuesta a lo que le dijo el señor vestido con un pijama quirúrgico.

—Доктор большое спасибо за участие в моей жене (Doctor muchas gracias por atender a mi esposa)

–habló Román en el mismo idioma del doctor y se estrecharon la mano para después el hombre vestido de blanco se acercó a mí y con cuidado me desconecto de los cables y con delicadeza me quitó la intravenosa del brazo, por último colocó un algodón con alcohol y me hizo doblar el brazo.

—Пожалуйста, это честь для меня (De nada, para mí es un honor) –me dice el hombre y yo al querer contestarle, me quedé con las palabras en la boca porque Román habló rápidamente.

Pero bueno ahora tengo que ponerme las pilas por mi bebé, porque sé que él o ella no tienen la culpa de nada. Por esté pedacito de cielo que estoy gestando voy a pelear por nuestras vidas.

Román me dejó una bolsa en el regazo y también dejó un beso rápido en mis labios.

—Duchate pequeña para irnos a casa, dentro de la bolsa tienes todo lo que necesitarás.

Con su ayuda bajé de la camilla que por supuesto era muy incómoda.

—¿Dónde estamos? –le pregunté.

—En el hospital –simplemente responde eso.

Por supuesto idiota que sé que estamos en un hospital, tengo ojos para verlo, pensé.

.

Cuando salimos del hospital y como si fuera una niña pequeña Román me subió el cierre de la enorme chamarra que pareciera que me fuera a comer y me puso el gorro.

—Así estás mejor y no tomarás un resfriado, bonita.

Subimos a una hermosa camioneta negra y nos disponemos a ver por la ventana el camino que estaba cubierto de nieve, Román manejaba con una mano en el volante y con la otra agarraba mi mano, su pulgar lo movía de forma circular en el dorso de mi mano.

Que romántico eres mi amor, por Dios ya quisieras que me tragara esté cuento.

—¿Dónde estamos? –volví a preguntar.

—En San Petersburgo –respondio viéndome de reojo.

Asustada lo miré, que mierda acababa de escuchar.

—¡¿Pero...?! !¿que mierda?! –grite como una histérica.

La fuerte carcajada de Román hizo que me enojará más de lo que ya me sentía.

—No te burles de mí, acabó de salir del hospital.

—Hablando de eso hiciste muy mal en eso de querer suicidarte preciosa, ahora iremos a casa –me contestó el muy sinvergüenza.

A partir de eso ninguno de los dos dijo una sola palabra, en todo el camino me dispuse a mirar por la ventana el supuesto camino a "casa", en ningún momento Román me soltó de la mano.  

Cómo no sabía a dónde íbamos el camino se me hizo eterno pero de un momento a otro entramos a unos suburbios que a leguas se nota que son de familias con dinero; el cuidador nos abrió el enorme portón negro. Las casas eran muy grandes y por lo visto estaban muy separadas ya que en la que Román se detuvo está bastante lejos de las demás.  Al poner una mano en la manija Román me detuvo con un grito que me asustó.

Molesta lo miré.

—¿Por qué gritas? 

—Lo siento ¿si? Solo quiero ayudarte a bajar del coche.

—Eso hubieras dicho antes en lugar de gritar, me asustaste.

—Lo lamento , prometo no hacerlo de nuevo.

Román bajó del coche, lo rodeó y abrió la puerta de la camioneta de mi lado y con su ayuda bajé de la camioneta.

—Gracias Ro.

—De nada mi amor, ahora hay que entrar antes de que nos convirtamos en paletas heladas. 

Y por supuesto me tuve que reír de su chiste. Que no fue nada gracioso, pero lo hice porque ‘lo quiero’ y lo peor es que mi propio sarcasmo me hizo reír.

Me gustaría poder huir en ese mismo instante pero hay unos problemas muy grandes 1-. No tengo dinero en mis bolsillos y mucho menos el de este país y 2-. (La mas importante) no se hablar esté estúpido idioma.

Pero por mi hijo lo haré de nuevo. 

—Red camina ya que Renato nos está esperando dentro.

Por mí sí quiere puede esperar el tiempo necesario, como sí fuera una niña pequeña Román me agarró de la mano y me jaló hacía dentro de la mansión que por fuera se veía enorme.  Confundida miré cómo el imbécil número 1 tocó la puerta y una mujer mayor nos abrió.

¿No se supone que sí la casa es de Román también no debería traer llaves?

—Добро пожаловать домой, сэр (Bienvenido a casa señor)

 –habló la mujer en ruso.

—спасибо (Gracias)–le respondió Román.

La mujer hizo una pequeña inclinación y se retiró a quien sabe donde y ni me importa.

En el momento en qué entramos me quedé boquiabierta.

La casa por dentro es igual de hermosa que afuera.

—¿Te gusta? –escuché a Román preguntar detrás de mí.

—Quieres la verdad o una mentira –le respondo.

—La verdad –contesta.

—No me gusta, es horrible, ¿En dónde está la habitación? quiero dormir.

La carcajada que suelta Román me asusta de lo distraída que estaba y sin que yo me lo esperara con dos de sus dedos me agarra mi nariz y le da un pequeño jalón.

—Eres una mentirosa.

Molesta por esa acción lo alejé de un empujón de mí.

No supe el por qué pero mis ojos comenzaron a picar y sin más las primeras lágrimas salieron a relucir junto con unos débiles sollozos. Renato que salió de otra estancia llegó hasta mí corriendo.

—¿Que pasa? ¿te duele algo? –me pregunto.

Pero sin pensarlo me arrojé a sus brazos mientras mis llantos se hacían más audibles.

—Él dijo que soy una mentirosa –le digo entré sollozos apuntando en dirección a Román que se encontraba rojo pero no enojo si no de las carcajadas que se pegaba.

—Ya pequeña no lo eres, no le hagas caso –las manos de Renato empezaron a acariciar mi espalda pero no con mala intención.

—Ya basta Román no ves que está muy sensible con lo del embarazo –lo regaña.

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⏰ Última actualización: Sep 06 ⏰

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