CAPÍTULO | 06

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Con molestia lo miré y sin evitarlo limpié el pequeño rastro de saliva de mis labios, Román en ningún momento quitó su intensa mirada azulada de mí, en lugar de enojarse se burló de mí.

—Anoche bien que no te limpiaste nada de mi saliva de tu cuerpo –maldito hipócrita, cómo me gustaría borrarle esa estúpida sonrisa de su cara —ahora preciosa sonríe porque te presentaré a algunas personas importantes para mí y mi hermano.

¿Personas? Dios espero y no sean igual de monstruos que estos idiotas, mientras caminábamos a lo que yo creía que era la sala de estar no me pude sacar de la cabeza que esas personas podrían ayudarme.

Tan sólo estábamos a 2 pasos para atravesar el umbral de la sala cuando Román me obligó a detenerme.

—Se me olvidó decirte que ellos ni siquiera van a intentar ayudarte bonita, mis padres saben cómo has llegado aquí.

De nuevo quise llorar, la impotencia de querer gritar estaba en mi pecho.

—Ahora luce esa hermosa sonrisa que tienes porque mis padres ansían conocerte.

No sé en qué momento habíamos empezado a caminar, reaccioné en el momento en que Román comenzó las presentaciones.

—Amor ellos son nuestros padres, Raquel y Alexander King. Padres ella es Annika Reed –cuando Román terminó de hablar, la mujer sé levantó del sofá y caminó hacía nosotros, en su rostro había una pequeña sonrisa.

Tampoco me había dado cuenta de que Renato estaba a mi lado, él me sostenía de la cintura.

La mujer empujó a sus hijos y sus brazos me rodearon, con sus manos me dió pequeños golpecitos en la espalda.

—Bienvenida a la familia querida –la mujer sé alejó un poco de mí, sus manos rápidamente me tomaron por los hombros y me sonrió con cariño —siempre anhele un momento cómo esté donde mis hijos tuvieran una pareja, no literalmente así pero estoy feliz porque estás aquí.

Dios santo, está vez sí voy a desmayarme. Está mujer está más loca que Amelia, esa estúpida aún la sigo odiando.

Entonces se escuchó la voz del hombre mayor, su pregunta fue dirigida a mí y sé podía notar la preocupación en su voz.

—Señorita Reed, ¿usted sé encuentra bien?

Increíble, finalmente un ser humano presente.

Por un momento abrí la boca para responder pero Román habló antes de que yo pudiera hacerlo.

—Por supuesto que está bien padre, ¿Verdad mi amor?

Quise llorar cuando Román el imbécil número 1 me apretó con fuerza la mano. Con una pequeña sonrisa asentí con la cabeza y hablé por primera vez enfrente de una persona.

—Por supuesto señor King.

Pero en realidad quise gritar por ayuda, desgraciadamente me tragué mis palabras.

No pasó mucho tiempo cuando Amelia entró a la sala de estar.

—Señor King –habló Amelia dirigiéndose al imbécil número 1 —el almuerzo se servirá pronto.

En ése momento Renato entrelazó nuestras manos y sentí cómo las levantó para después depositar un beso en mis nudillos, tan rápido cómo sentí sus labios en mi piel lo miré y pude ver en su mirada de ojos verdes que estaba sorprendido y feliz de haberme escuchado hablar.

Lo sé, prometí no hacerlo pero fuí estúpida.

Todos entramos al comedor, Román fue el que se sentó a la cabeza, yo estuve a su derecha, a mi lado estuvo Renato y sus padres estuvieron a la izquierda de Román, a los pocos minutos de habernos sentado Amelia entró al enorme comedor con diversos platillos. Cómo sí yo fuera una niña pequeña, Román y Renato eligieron mi comida, mientras comíamos los padres de imbécil 1 y imbécil 2 me hicieron preguntas, preguntas que no respondí porque el imbécil 1 respondía por mí.

Después de almorzar regresamos a la sala de estar donde sólo estuvimos poco tiempo porque los señores King tenían un vuelo a las 10 de la noche, ellos regresan a su casa en Rusia y también le hicieron prometer a imbécil 1 y imbécil 2 qué muy pronto me llevarán a la casa familiar.

Cuando los señores King salieron de está estúpida casa me dejé caer en el sofá, por comodidad me crucé de piernas y cerré los ojos con fuerza, las ganas de llorar habían vuelto. La única salida de esté infierno se había perdido para siempre.

El sofá a mi lado lo sentí hundirse y ni siquiera me molesté en abrir los ojos para saber quién era, el olor de su perfume me lo dijo.

—Sí que me dejaste sorprendido Annika, realmente pensé que el ratón te había comido la lengua preciosa.

Eres un hijo de perra Román, pensé con ganas de torcerle el cuello.

Lentamente abrí los ojos y al verlo quise escupirle en la cara, pero en su lugar sonreí y cómo la dama educada que era le mostré mi perfecto dedo corazón.

Cómete está hijo de perra.

Sin agregar algo y con elegancia me levanté del sofá, detrás de mí podía escucharlo reírse. En el momento en que entré a la habitación me quité los espantosos tacones y los lancé lejos de mí. Por un momento quise acostarme en la cama pero con tan sólo verla quise vomitar, esa cama ya estaba maldita para mí, esos monstruos la habían maldecido y ya no era un lugar seguro. En su lugar caminé con los pies adoloridos al cómodo sofá que se había vuelto mi favorito, ahí me dediqué por un rato a observar el hermoso anochecer y me imaginé que yo estaba ahí afuera, muy lejos de esté infierno. Cuando la puerta de la habitación se abrió y Román y Renato entraron supe lo que pasaría a continuación, a la fuerza me tragué el enojo que sentía y lo remplace por felicidad fingida.

Esa noche Román y Renato me volvieron a usar como una muñeca de trapo, después de mi abuso y por haberme portado tan bien me obsequiaron libros de mis autores favoritos, los libros eran de edición especial y por supuesto que estaban firmados.

Román está vez sí sé quedó en la habitación, con tranquilidad las lágrimas se deslizaron por mis mejillas y en ningún momento las limpie, esa noche apenas pude dormir.

El secuestro de Annika Reed Donde viven las historias. Descúbrelo ahora