Capítulo 9

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Z está en su habitación, tratando de mover una caja sin tocarla.

Tiene ya 8 años y sigue viviendo con U, que ha cuidado de Z desde que aquello pasó. 

Esta tarde Z le ha vuelto a pedir a U que le contara la historia. Desde que se enteró de lo que pasó, le demanda que se lo cuente cada noche. Es como su cuento de antes de acostarse. Lo hace a pesar de que ya es mayor para esas cosa y que no es una historia que inspire precisamente la paz necesaria para dormir. 

Al contrario.

Z recuerda perfectamente la primera vez que U resolvió revelarla. U ya se había cansado de inventarse excusas para todas las veces en que Z preguntaba sobre la vida de sus progenitores, a los cuales no conocía. Por eso, la siguiente tarde que Z abrió la boca para volver a preguntarlo, U le confesó todo lo que sabía.

U, ¿era B inteligente?

—Ven, tengo algo que contarte.

Al principio Z se molestó por las falsas historias contadas, pero luego le pareció todo tan dramático que no pudo contener sus emociones. A lo largo de la narración río, lloró y exclamó expresiones variadas que U se preguntaba donde las habría aprendido.

Se creyó todo sin dudarlo ni un segundo.

En su cabeza A y B eran entes superiores que eran capaces de todas las proezas posibles.

Pero, aunque de eso ya hace mucho tiempo, esta noche la ha vuelto a escuchar de la boca de UU le cuenta todo aquello que R le dijo para justificar que A y B no hubieran vuelto a casa aquella noche. Pero lo que, ni R ni nadie presente se dio cuenta fue, de una sombra con ocho patas que se escabulló del lugar después de la explosión. Tenía un brillo de inteligencia en sus pequeños ojos, adornados con la promesa de algo oscuro.

—¿Yo tengo poderes como los de la AP?-le pregunta Z cuando termina U de contar la anécdota.

Es la primera vez que realiza esa pregunta.

—No cielo, no creo. Ni B ni A tenían esa clase de poderes y no creo que tú los tengas. Igualmente la organización ya está en declive, no te servirían de mucho.—le responde, preguntándose en su interior si es que Z alberga alguna esperanza de que así sea.

Así es. Aunque más que la esperanza, Z alberga la sospecha. 

Siempre había tenido esa fantasía, al igual que la gran mayoría de niños pequeños. Pero para Z es algo mucho más cercano y posible. Cuando te pasas los dos últimos años oyendo hablar sobre misiones locas y amores que parecen mágicos, acabas creyendo que todo es posible. Por eso, aunque no le había pasado nunca antes, cuando esa mañana hizo una cosa tan fuera de lo normal, no se sorprendió. 

Estaba en el colegio, más concretamente en el recreo. J y Z estaban jugando a los espías entre unos árboles que había al final del patio. J le acompañaba a todos lados, se habían hecho inseparables y era complicado encontrarles más de cinco minutos sin compartir alguna confidencia o broma.

No se cerraban, a pesar de todo, cualquier persona con sed de aventuras era bienvenida. Esa política a veces les hacía codearse con gente que no les hacía demasiada ilusión. Como en los últimos días, en los que otra persona jugaba en su compañía, pero que no les caía del todo bien.

—Viene por allí, ¿qué hacemos?—le preguntó J apresuradamente a Z.

—Es que me pone de los nervios, no quiero que juegue. ¡Huyamos!—le respondió, mirando a su alrededor para saber en qué dirección correr.

—Por ahí—señaló J, hacía una esquina del patio donde no había nadie.

Se aproximaba ya, pero y Z se dieron prisa y le dieron esquinazo. Por el nerviosismo, se metieron en el cuarto de mantenimiento como conejos asustados. Estaban en un rincón, el más alejado de las malolientes colchonetas de gimnasia cuando se dieron cuenta de que no habían cerrado la puerta. 

Z deseó que sí que lo hubieran hecho. Su deseo se cumplió. El picaporte y la puerta se movieron, cerrándose, como si el aire hubiera decidido hacerles un favor.

Dió una excusa cualquiera a J, echándole la culpa a la brisa o a los poltergeists. Luego, se pasó el resto del día sin parar de pensar en ello hasta llegar a su casa.

Por eso, cuando la caja no se mueve ni un milímetro, se pregunta porqué. Se cuestiona la diferencia entre lo ocurrido hace varias horas y lo que pretende hacer. A simple vista no le encuentra ninguna. Luego piensa que, a lo mejor hace falta que le dominen los nervios. Trata de hacerlo pero no consigue controlarlo.

Ya es tarde y decide irse a descansar después de probar muchas veces. Es en ese instante cuando se da cuenta de que no oye los ronquidos de U. Normalmente tiene que ponerse unos tapones que tiene preparados en la mesilla, pero no esta vez. Como oírse, tampoco se percibe ni una sola sirena ni grito en la calle. 

Es como si estuviera en una burbuja que vuelve el interior de su habitación en silencio y lo separa del exterior. 

Se levanta ya con preocupación y se dirige a la puerta. Una parte de su mente ya se lo esperaba cuando intenta salir y el picaporte no funciona. La burbuja se ha convertido ya en una prisión de paredes robustas. Se vuelve a la cama corriendo y se tapa con la manta hasta la nariz. 

A los 10 minutos el sudor le empapa el pijama y su cama parece un horno, pero no quiere destaparse. Sabe que algo raro pasa, y tiene miedo. Mucho miedo.

Se empiezan a oír pequeños chasquidos, cada vez más cerca. Z teme que con sus intentos de telequinesis hayan provocado algo. En realidad lo único que ha hecho ha sido atraer la atención de algo. Bueno, alguien. Y esa persona es peligrosa. 

Z está a punto de descubrirlo.

A pesar del silencio por parte de fuera de su habitación, está claro que hay alguien más que Z dentro de ella. Hace mucho ruido. Si Z no tuviera la mente ofuscada por el terror, razonaría que lo hace a propósito, para asustar. Pero su mente está en alerta roja y en lo único en lo que puede pensar es en un contacto que ha sentido en la pierna.

Un hormigueo se las recorre de arriba a abajo hasta llegarle a la barriga. Sabe que no es su imaginación y que el hormigueo es algo totalmente diferente de las turbulencias de su estómago sobresaltado.

—Sabía que mis poderes eran poderosos. Aunque tú tampoco estás mal. Supongo que habrás oído hablar de mí. Si alguien te ha hablado mal de mí me enfadaré. Y tú no quieres que me enfade más de lo que estoy, ¿verdad?-suena una voz pausada que proviene de una enorme araña que yace encima de Z.

En la otra habitación U se remueve por un sueno extraño. Es una pesadilla pero no cree en las premoniciones y se vuelve a dormir sin mirar qué tal está Z.

F—consigue murmurar Z antes de que le clave los colmillos fuertemente.

Mientras eso pasa siente como una parte de su cerebro es paralizada y unos hilos invisibles empiezan a controlarla. En los años siguientes desarrollará una gran fobia a todos los arácnidos, a pesar de que se parecen mucho a su propia persona. Características parecidas corren por ambas venas ahora.

Es el principio de algo nuevo, y Z está a punto de cambiarlo todo todo. ¿Pero para bien o para mal?

Letras con sentimientos[#PGP2018] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora