Capítulo 30

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Capítulo 30


Blas estaba parado frente a todos los peones de la estancia. Era más que necesario terminar de una buena vez con las indicaciones. En los últimos días había hecho de todo menos su trabajo. Principalmente por culpa de María. La morena se la pasaba metida todo el día en su cabeza, confundiéndolo cada vez más. Luego de que Matt los interrumpiera (si, inoportuno Matt) no habían vuelto a estar solos. Y él tenía ganas de estar a solas con ella. Demasiadas.


—Bien, los reuní porque es hora de repartir los trabajos de ganadería. ¿Alguien quiere algún puesto en especial? —les preguntó.
—No —dijeron todos a la vez.
—¿Seguros? —quiso saber.
—Si —volvieron a contestar como soldados. Blas puso los ojos en blanco.
—Ya les dije que no tienen que comportarse como maquinas cuando el señor López está aquí. Solo hagan su trabajo como siempre.
—Bien, yo quiero encargarme del marcado de las vacas —dijo uno de ellos. Blas sonrió.
—Bien, Joselo, tienes ese puesto —dijo contento.


Entonces todos comenzaron a pedir diferentes trabajos. Blas asentía y asentía, pero ya se estaba mareando con tantas voces a su alrededor. Hasta que todos callaron. Él frunció el ceño, ¿Por qué todos se habían quedado en silencio de tal forma?


—¿Qué sucede? —les preguntó. Ninguno dijo nada —Oigan, ¿Por qué se quedaron callados de golpe? —ellos miraban fijo hacia atrás de él. Entonces uno de ellos le hizo un gesto con la cabeza, de que mirara. Y así lo hizo. Se sorprendió mucho al verla allí parada con una media sonrisa en el rostro —María... ¿Qué... qué haces aquí?
—Buenas tardes a todos —dijo ella sin dejar de mirar a Blas.
—Buenas tardes, señorita —contestaron como coro. Blas comenzó a sentirse nervioso. Ella estaba allí por alguna razón.
—Siento haber interrumpido su charla... pero necesito hablar unos minutos con su capataz. ¿Me dan el permiso? —preguntó.
—Claro...
—Si, señorita...
—Lléveselo, ya nos estaba hartando...


Blas se giró a verlos con un gesto serio. Todos volvieron a cerrar la boca al instante y se pararon erguidamente.


—Señorita María, no creo que podamos hablar en estos momentos. Estoy muy ocupado con el trabajo —dijo él.
—¿Mucho? —inquirió ella y le hizo ojos. El pulso de Blas se aceleró.
—Pero si ya has terminado de darnos los trabajos —habló Juan.
—Si —dijo él apretando los dientes y con la vista fija en ella. —Terminé de darles los trabajos pero yo también debo trabajar.
—Oh, Blas, no te preocupes por eso —siguió hablando Juan —Nosotros hacemos tu trabajo. No puedes dejar a la señorita María con la palabra en la boca.
—Además de que si se tomó la molestia de venir a buscarte, es porque es algo realmente importante —habló Dani, que hasta entonces se había mantenido callado. Blas lo miró.
—Voy a matarlos a todos —murmuró para ellos. Todos se aguantaron una sonrisa. Blas volvió la vista a María —¿Le parece si hablamos más tarde? —le preguntó.


No sabía por qué le estaba diciendo que no. Si lo que más él quería era poder tener unos cuantos segundos a solas con ella. Pero algo dentro de él le decía que no. Que primero debía aclarar todas las cosas con Evangelina, y luego si podría seguir a su corazón.


—No será mucho tiempo, Blas —aseguró ella —Lo juro.
—Bien, solo voy a decirles a estos que vayan a trabajar...


Giró y se le fue la voz al ver que ya no había nadie detrás de él. ¡Se habían ido todos! Por dios, esos eran más chismosos y metidos que viejas en una peluquería.


María sonrió por lo bajo. Él la escuchó y nervioso volvió a mirarla.


—Parece que ya se fueron —dijo ella.
—Si, me adoran —sonrió él.
—Ven —le dijo y estiró su mano para tomar la de él —Podemos dar un paseo y charlar un poco, ¿te parece?


Él vio sus manos unidas y se le secó la garganta. Siempre que la tomaba de la mano, el cuerpo le empezaba a sudar.


—Tengo toda la mano llena de tierra —le dijo.
—No me importa —aseguró y comenzó a caminar, tirando de él.


Blas tuvo que seguirle el paso. Tenía que corazón desbocado y no sabía que decir o que hacer. Por dios, y él se hacía llamar el hombre con más carácter del mundo. En esta situación simplemente parecía un imbécil de 14 años.


Caminaron en silencio, con los dedos entrelazados. Era hermoso tenerla de esa manera. Observó su perfil. Estaba atardeciendo, y los rayos anaranjados del ocaso jugaban con el color de sus ojos, cabello, piel... boca. Su mirada quedó clavada en aquella parte de su anatomía. No había dejado de pensar en sus labios ni un solo segundos. Entonces ella se detuvo y se giró a verlo. Blas sacudió la cabeza. Ella le entregó una dulce sonrisa.


—Llegamos —le indicó.


Blas miró a su alrededor y se sorprendió al encontrarse frente al viejo roble que estaba cerca de las caballerizas. Justo al lado del árbol había un mantel blanco que estaba lleno de cosas. Él divisó dos tazas y una tetera. Miró a María.


—¿Qué es esto? —le preguntó. Ella soltó su mano, él se sintió vació, y caminó contenta hasta el mantel.
—¿Acaso me vas a decir que no recuerdas cuando éramos niños y yo te daba clases de 'modales' mientras tomábamos el té debajo de este árbol? —le preguntó.


Él se sorprendió de aquello. Si lo recordaba, claro que lo recordaba. ¿Cómo poder olvidar esas insufribles clases de palabras raras que luego él usaba en el colegio?


—¿Cómo olvidarlas? —dijo. María sonrió y se sentó. Blas soltó un suspiro y se acercó para sentarse frente a ellos solo a unos pocos centímetros.
—No eras un muy buen alumno, Blas —dijo ella mientras serbia un poco de té en su taza y la taza de él.
—Claro que era un buen alumno. Tú eres la maestra mala... siempre me retabas y me enseñabas esas palabras por las cuales luego peleaba en la escuela.
—Eso es porque siempre has sido un salvaje —terminó de servir y tomó un poco de su taza. Lo miró sobre el borde de la misma.
—Yo... —empezó a hablar él, pero las palabras se trabaron en su garganta.
—Creo que me estoy enamorando de ti, Blas —le dijo ella cuando apoyó la taza en su lugar.


Si, se lo había dicho así sin más. Sin anestesia, sin avisar. De una y bien frontal. Se sentía muy bien por haberlo hecho. Pero comenzó a sentirse nerviosa al ver que él estaba simplemente helado, mirándola fijamente, sin pestañear. ¿Y si había hecho mal en sacar su parte sincera? ¿Y si él no sentía lo mismo? Dios, no podía ser tan impulsiva.


Pero en un abrir y cerrar de ojos, los labios de Blas estaban sobre los suyos. La tenía con firmeza de la nuca. María cerró los ojos, respondiendo al desesperado impulso. Se aferró al cuello de su camisa sin mangas entreabierta. Las puntas de sus dedos acariciaron la piel expuesta de su pecho. Sus pulmones, alma y vida se llenaron de su sabor.


Entonces él la soltó para poder respirar. Apoyó la frente sobre la suya, y le dio un tierno beso esquimal. Ella sonrió con los ojos cerrados.


—Yo no lo creo... simplemente estoy enamorado de ti —le susurró aun algo agitado. María buscó sus labios con los suyos, para volver a besarlo.


—¡María! —escuchó que él gritaba. Se alejó de Blas. No podía ser cierto. ¡¿Cuántas veces más Matt iba a arruinarles los momentos?! El rubio llegó agitado hasta ellos. Ambos se pusieron de pie con caras de pocos amigos —¡No me miren así! No quise interrumpirlos, lo juro —dijo agitado —María, tu padre está tirado en su despacho... parece como... muerto.







Hola amores!!!


Espero que os haya gustado el nuevo capítulo!! Y como siempre espero vuestros comentarios de lo que os ha parecido y vuestros votos.


Gracias por leer.


Besos, María.


Pd: me gustaría que os pasaseis por mi nueva "novela" trata sobre un diario personal. Me gustaría que me contarais lo que os parece y darme consejos. Gracias. Se llama "SWEET DREAMS"


STORY OF MY LIFE - BLAS - AURYNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora