Capítulo 07

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—Oh, Peter, qué alegría verte —exclamó la tía May, extendiendo sus brazos hacia su sobrino y abrazándolo fuertemente—. Ven, entremos.

Peter cruzó el umbral de la casa, entrando hacia la sala donde vio a su tía sentarse en el sofá, donde en la mesita tenía una taza de té. May le indicó que se sentara, y éste lo hizo.

—Quería ver cómo estabas —dijo Peter, viendo a su tía con cariño—. Hace mucho que no te veía.

—Lo mismo puedo decirte —rió—. Estás todo el tiempo trabajando, muy duro. Necesitas descansar; tus ojos te delatan. ¿Cómo está el trabajo?

—Bueno, la doctora Connors tiene un pequeño resentimiento contra mí; Eddie ya no me habla; Jameson no me paga demasiado; debo resolver en qué universidad voy a entrar —exhaló—. Es casi como cualquier otro día.

—Tienes mucho peso sobre tus hombros para ser un simple adolescente, Peter.

—Ahora que lo mencionas —se puso serio—, ¿qué pasó con la hipoteca, tía? Estaban a punto de alojarte y--

—Hice un préstamo —le calmó—. Pude conseguir un par de meses.

Peter alzó la ceja, desconcertado.

—¿Préstamo? ¿De dónde sacaste el dinero?

May negó con el rostro lentamente mientras sonreía, y le colocó una mano cálida sobre el dorso de la mano derecha de Peter.

—Vendí un par de joyas viejas que estaban guardadas —murmuró, tranquila—. No es algo que necesitara, de todas formas.

—Tía--

—Y no deberías preocuparte —le interrumpió—. Tú tienes tus propios problemas.

—Unos más recientes que otros —murmuró.

—¿Qué pasó? —preguntó, preocupada.

Peter sintió una onda de calor que lo tragó por completo, sintiendo cómo el estómago se le revolvía y sentía impotencia, nervios y sudor en su cuello. Había pasado una semana desde la partida de Gwen hacia Londres, y no sabía nada de ella. No se habían comunicado en todo ese tiempo. La extrañaba; estaba preocupado por ella.

Vio a su tía, esperado su respuesta. Se notaba que estaba indaga por saber qué había ocurrido. Lo sabía, porque como ella había dicho: sus ojos la delataban.

—Gwen y yo terminamos —dijo después de un silencio.

La tía May abrió la boca, incrédula, mientras no hallaba palabras que decir.

—Oh, Peter —se llevó las manos a la altura de la boca, angustiada—. Cuánto lo siento, hijo. ¿Qué sucedió?

—Le fallé —susurró, sintiéndose peor con el pasar de los segundos—. Ella confío en mí, y yo le fallé. ¿Cómo pude ser tan tonto, tía?

—No digas eso —May se acercó a Peter, viendo cómo el hijo que nunca tuvo empezaba a llorar lentamente, observando cada lágrima caer—. Los he visto a ustedes desde que tenían seis años, Peter. Los vi jugar, pelear, llorar y volver a jugar. A pesar de tu corta edad en aquel entonces, siempre supe que sentías un verdadero amor hacia ella. Y ella lo sabía.

—No lo sabe ahora —murmuró, concentrándose en las fotos donde aparecían sus tíos junto con él, en su graduación de secundaria.

—Está dolida, al igual que tú —señaló May, mientras veía a Peter—. Creo que es prudente que le des tiempo, que piense en qué es lo que realmente quiere. Ustedes dos han pasado por muchas cosas, problemas y triunfos. Deja que fluya, Peter —fueron sus palabras—. Deja que fluya.

The Amazing Spider-ManDonde viven las historias. Descúbrelo ahora