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"Sé que has sido lastimado
por alguien más,
puedo deducirlo por la manera
en la que te comportas.

Pero, si me dejas,
esto es lo que haré:
cuidaré de ti."

—Brook Benton.

  Phil lo despierta a las tres de la tarde con una bandeja de sushi y una aspirina.

—¿Te sientes bien?—pregunta, y se acerca a tocarle la frente con la mano—. No tienes fiebre.

—Me desvelé ayer—admite Dan, sentándose en la cama y aceptando el sushi—. No te preocupes, bebé, no me estoy muriendo.

  Se queda callado un momento, evaluando las implicaciones de lo que acaba de decir. Más allá de los apodos, jamás ha llamado nada meloso a Phil, no en mucho tiempo, de todos modos, y no quiere pensar en cómo va a impactar a esto su relación.

  Phil rueda los ojos y empuja la lengua contra los dientes.

—Estás delirando—dice, y deposita un casto beso sobre la frente de Dan—. Ugh, amor, apestas. Ve a bañarte.

  Se levanta y camina hacia la cocina, en donde Dan lo oye revolver algunas cosas antes de volver con un vaso de Ribena y guiñarle descaradamente.

—Sé esconder cosas en mi maleta—aclara, antes de que el castaño pregunte cualquier cosa—. Pero no le digas a nadie, ¿si? Mantén esto nuestro secreto.

  Dan cierra los ojos e intenta reprimir las memorias, tantos amigos de su padre diciéndole lo mismo una y otra y otra vez desde los cinco años. Dolores que duraban años y...

—Salud—dice Phil, efectivamente callándolos a todos por unos minutos. 

—Salud—se obliga a contestar Dan, y se traga todo el vaso de un sorbo.

  Phil le sonríe y le recuerda nuevamente que vaya a ducharse antes de salir al balcón a grabar algo, y Dan sabe interpretarlo como que había ya visto su vídeo y le había gustado, hasta algún extremo. 

  El castaño decide que quiere preguntarle su opinión del vídeo en la cena, así que se acaba el sushi más rápido de lo que ha engullido cualquier sushi en su vida y se dirige a una de las regaderas sin siquiera recoger la bandeja antes. 

  Su abuelita estaría tan decepcionada.

  Deja que el agua ahogue todos sus pensamientos, cierra los ojos e intenta mandar a la parte trasera de su cabeza todas las voces que amenazan con querer herirlo nuevamente. Toma la llamada de Navidad de Adrian y la avienta lejos, hace una bola de papel con todos los recuerdos de su habitación y los amigos de su padre y la parte a la mitad antes de aventar a ambas partes lo más lejos que puede. Toma la cámara fotográfica de su abuela —que, por cierto todavía tiene: segundo cajón de su mesa de noche izquierda, hasta el fondo y escondida bajo su acta de nacimiento y algunos de sus primeros pósters impresos en la papelería abierta todo el día de la esquina de su casa, dos de Muse, uno de la Gioconda con la cara de una llama y siete de Phil, todos envueltos en un anuncio de Maltesers que arrancó de la tabla de anuncios de su colegio— y el recuerdo de ella antes de enterrarlos en algún lugar bajo la promesa de Phil de elegirlo siempre y su promesa de no irse y cierra la llave del agua, usando el jabón genérico del hotel para tallarse hasta dejarse rojo.

  Sale de la regadera media hora después, con una toalla alrededor de la cintura y otra en el pelo antes de darse cuenta de que el plato que había dejado en la cama ya no está y no hay señal de Phil, pero como no es un misterio que pueda resolver medio encuerado se obliga a ponerse unos skinny jeans negros y una de las sudaderas de Phil antes de salir descalzo al corredor del hotel y bajar hasta la recepción.

  Como lo había predicho, Phil se encuentra grabando desde una ventana en el rincón de la recepción, un lugar que nadie había notado hasta que Aiko había señalado ayer, convenientemente. Está rodeado por plantas y tiene una ventana lo suficientemente amplia como para una buena toma de la calle, queda directo a un par de comercios tradicionales japoneses y no es muy transitada, lo que se agradece porque no hay tantos peatones en sus vídeos.

  Decide esperar hasta que el pelinegro baja la cámara para abrazarlo por la espalda, cuidando de que Phil no vaya a tirar la cámara por accidente antes de depositar un beso sobre la nuca del mayor.

—Hueles a persona—es la primer cosa coherente que dice Phil, recargándose contra el pecho de Dan y llevándose la cámara al pecho. 

  Dan asiente contra el hombro del pelinegro.

—¿Quieres ir a cenar?—pregunta justo en el oído de su mejor amigo—. Aiko dice que hay un pequeño restaurante con meseras inglesas unas calles más allá. 

  Phil no vacila antes de aceptar.


Helpless || Phil LesterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora