Capítulo 10: Las cosas se complican

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Después de tantas cosas lindas vividas en Caorle fue muy difícil para mí el tener que partir. Sabía que llegaría el momento en el que tuviera que partir, despedirme y dejar todo atrás. Los recuerdos sobre esas noches alrededor de la fogata, cantando y bailando al lado del fuego, nuestras divertidas pláticas con ellos y con las chicas, esas salidas o cuando todos pasaban por mi a casa de la Señora Leia para llevarme a pasear al malecón de Caorle o a la plaza principal.

Para mi desgracia tuve que regresar a San Sebastián dos días antes de lo programa debido a unos cambios del trámite administrativo de mis estudios superiores. Tenía que regresar a entregar papeles para ingresar a la Facultad de Educación de la Universidad de San Sebastián; así que casi sin oportunidad de despedirme recogí mis cosas y comencé a subirlas al auto.

Y en eso, justo cuando ya me iba a subir al auto llegó Albert acompañado de Karla, Katia y Brenda... pero Felipe nunca llegó... No podía partir sin despedirme, no quería hacerlo. Pero sabía que Felipe no iba a llegar pues su hermana Katia me lo dijo. Ya no podía hacer nada, solo partir e intentar no sufrir.

Y mientras iba conduciendo de regreso me pasó algo similar a cuando me dirigía a Caorle: los recuerdos de lo vivido con Albert y Felipe parecían flotar en la carretera. Recuerdos de esa risa tan contagiosa de Albert o de esa mirada tan comprensiva de Felipe en aquellos momentos en los que las chicas lograban hacer que me sonrojara. Recuerdos de ese "casi posible y soñado beso bajo la lluvia" que nunca sucedería con Felipe. Logré duplicar las alegrías y las experiencias satisfactorias por las que iba a Caorle que perdí la noción del tiempo y cuando me tuve que marchar sufrí. 

Jamás pensé en encontrarme agradable compañía en Caorle, solo iba como turista y regresé  con algo más que amigos: Familia.  Y para no variar el estéreo de mi auto no ayudaba mucho pues ahora transmitía una canción de La Oreja de Van Gogh, una que expresaba tan bien algo como lo que me estaba pasando a mi. Creí que el tiempo pasaría tan lento lejos de mi hogar, creí o creímos en las noches que no mueren  y al final me tuve que marchar; creí que Dios me concedería la oportunidad de estar solo un minuto más con ellos pero no podía ser así... simplemente me tuve que marchar.

Y después de mis largas 13 horas de recorrido y de asimilación de lo vivido llegué a mi tierra natal y sin dejar de pasar un momento más abracé a mi familia, especialmente a mi mamá.

Tiempo después del regreso Felipe y Albert (más bien, los recuerdos de Felipe y Alex) disfrutaban pasearse por mi mente, me distraía con su recuerdo y no podía de dejar de pensar en ellos. Y pedí algo de lo que me arrepentiría toda mi vida.

Pedí con todo mi corazón dejar de pensar en Felipe y Albert porque pensar en ellos me dolía... Y parece que Dios, el Cosmos o el Destino me lo concedieron porque me cuesta recordarlos; no recuerdo con claridad nuestros momentos, y eso me dolió aún más.  

La Terrible Vida Amorosa de Ivanna RobinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora