Capítulo 2²

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Estudiar con Carolina era algo entretenido. Solía citarme fuera de la biblioteca y llevarme a unas bancas, donde se supone que nosotros debemos jugar ajedrez, pero todos la usaban para tareas, jugar otra cosa o comer.

Carolina Martínez hacía las tres al mismo tiempo.

Ella; entre su basura, cuadernos y comida, guarda siempre una pelota en su mochila, esas pequeñas que sirven para el estrés. Su juego consiste en hacerme preguntas y lanzarme la pelota, si no sé la respuesta me lanza el libro donde está la respuesta, si me sé la respuesta debo regresarle la pelota.

A veces, mientras leo, puedo percartarme que ella usa su tiempo libre para comer, me sorprende la cantidad de comida que guarda en su mochila. No, lo que me impresiona es la cantidad de cosas que guarda en ella. Incluso hubo días donde me traía fruta, al ver que no me gustaba que la sacara directamente de su mochila, empezó a guardarla en envases de plástico ya cortadas.

A pesar de lo pesada y extraña que podía llegar a ser, era una chica bastante amable. Debía trabajar mucho en sus modales y orden, aunque no todo se puede en esta vida.

Estábamos estudiando la revolución francesa cuando una conocida chica de piel pálida y cabello negro como el carbón se acerca con una mirada seria.

—Caro —la llama Angélica y ésta supo que nuestro tiempo se había acabado.

Estar cerca de Carolina me permitió conocer más su mejor amiga, Angélica, que también es la tutora de Guillermo. Ella podría ser exactamente lo contrario de Carolina hasta cierto punto, era ordenada, seria, un tanto hostil, tocaba el violín y hablaba poco. Lo más cercano que le había escuchado bromear fue cuando dijo que si le dabas un violín a Carolina éste se pondría a llorar y trataría de suicidarse. Angélica solo hizo una sonrisa rara y unos sonidos que sonaban como una risa ligera, su amiga, por otro lado, se reía mientras le daba la razón.

Au revoir —me dice Carolina haciendo una pequeña reverencia para retirarse hablando con su amiga olvidando su pelota en la mesa.

Me quedé sentado leyendo sobre el golpe de Estado por parte de Napoleón Bonaparte cuando una chica se sentó enfrente de mí justo donde estaba Caro. Volteo a verla para darle cuenta que era Liz.

—Hola —le digo sonriendo como un bobo.

—¿Qué lees, cerebrito? —me pregunta divertida tratando de ver que leo.

—La revolución francesa —contesto levantando el libro para que lo vea.

Ella hace una mueca que no alcanzo a interpretar para sacudir la cabeza y sonreírme amable.

—Supongo que te inscribiste al Cerebraton —deduce ella con una ceja arqueada.

—Ah si —contesto tratando de sonar casual—. Pensé que sería entretenido.

Ella me dedica una sonrisa traviesa mientras me mira entrecerrando los ojos, sabe que estoy alardeando. Supongo que sabe que ella fue la única motivación para inscribirme, pero, por cuestiones del coqueteo, debo mantenerme misterioso y no decirle.

—Tengo entendido que el concurso es en pareja —me dice con su dedo en su mentón, me sorprendo al notar que ella sabe más del concurso que yo—. ¿Quién es tu compañero?

—Es compañera —le contesto y ella arquea una ceja disgustada—. No creo que la conozcas.

—Pruebame —me reta arrugando su nariz.

—Se llama Carolina Martínez —le digo y ella ladea la cabeza confundida.

—Oh no —dice ella en voz baja con una mano en su pecho, la miro preocupado y empiezo a balbucear cuando me ve sonriendo—. Te la creíste.

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