La promesa

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Él está ahí, justo enfrente de ella y sonríe fríamente, piensa ahorcarla. No está segura de cómo lo sabe, pero lo siente en cada poro de su ser y su instinto la obliga a correr, a ir lejos, a no detenerse aun cuando puede sentir sus manos sujetándole con fuerza las muñecas.

Pero entonces esas horribles y bestiales manos se vuelven cálidas y tiernas, le acarician las mejillas y limpian las la grimas que ha derramado. Abre sus ojos con lentitud y la oscuridad de los ojos de Demmon la reciben con preocupación y esa misma curiosidad que un niño posee en un lugar lleno de cajones; aquel macho quiere explorar cada uno de ellos y ese pensamiento la hace temblar.

— ¿Estás bien? – vaya pregunta tan fácil, pero difícil de responder.

— Lo estoy. – respondió con un susurro débil, logrando sentarse en la cama con ayuda de él. – Perdón por despertarte.

— Tranquila, no tienes por qué disculparte. – le sonrió y eso la conforto. – Necesito ir al centro médico.

— ¿Te duele algo? – lo volteo a ver alarmada, revisando con la mirada las vendas que le había colocado en el tórax, hombro... incluso se fijó en la sutura de la ceja. – Te puedo ayudar, para que no duela claro. – Él sólo sonrió de lado.

— No, Ángel; ya no tiene sanación. – le acomodo un mechón de cabello tras la oreja, con tanto cuidado que apenas y le rozo la mejilla con la punta de los dedos. – Debo ir al centro médico para ver cómo está Erendi y...

— ¡Pero que estúpida!

Se intentó levantar, sintiéndose torpe por no haber preguntado por la felina o haber ido a ayudarla, en vez de eso había pensado en ella misma. Como siempre. En el miedo que sintió al pensar que la pantera no volvería.

Antes de que sus pies desnudos tocaran el suelo, las manos de Demmon la atraparon por los hombros y devolvieron a la cama, el cuerpo se le tenso inmediatamente al verse acorralada por él y el macho pareció darse cuenta, pues en aquella mirada oscura la pena se mezcló con la curiosidad.

— No te vuelvas a llamar así. – Pidió Demmon, soltándola poco a poco, pero sin dejar de hacer contacto con la mirada.

— ¿Cómo así?

— No te digas estúpida, no está bien que te degrades. Eso no se lo debes permitir a nadie – Demmon respiro hondo, enderezándose en la cama. –, menos a ti misma.

— Pero ayer tuve que haber preguntado por tu hermana, pude haber sido de ayuda y...

— Lo fuiste. – le sonrio de lado. – me ayudaste, sanaste las quemaduras y cerraste heridas; fuiste de mucha ayuda.

— Pero...

— Erendi esta bien, es terca.

— ¿Eso qué significa? – se llevó las manos al pecho, fascinada por el calor del macho y la serenidad y gracia con la que hablaba, era como si cada palabra que dijera la obligara a no voltear a otro lado. La tenía hechizada. Poseída. – ¿Por qué dices que es terca?

— Lo digo porque es tan terca que la muerte le huye, pero quiero saber cómo está. Ver a mi padre y mi madre, nunca nos había pasado algo así.

— Es de comprender, apenas y hace unas semanas sabíamos de su existencia...

— No es tan malo el habernos conocido, ¿o sí? – ella se rio, no lo pudo evitar. Aquel tono que había usado para aquella pregunta fue demasiado infantil.

— No, no lo fue.

— Bien, me agrada oír eso.

Demmon se levantó de la cama, dejándola ahí recostada mientras él estiraba aquellas extremidades... Vaya. La espalda de Demmon estaba más que bien trabajada, los músculos eran notorios, pero para nada desagradables. Los brazos, piernas... todo él estaba hecho para el trabajo duro de un macho.

Demmon  (Nuevas Especies 6)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora