Este es un trabajo de lengua que me gustó como terminó, así que decidí subirlo aquí.
________________________Cuando caían las siete, y el astro Helios daba su último recorrido a la tierra en su carro solar. Cuando los peones, las cocineras y los mayordomos se juntaban a cenar, el terror y la confusión se paseaba entre los lugareños, ambos vestidos con finos trajes hechos de historias y relatos.
Casi siempre todo lo que contaban los epleados era semejante: Doña Catalina hablando de la aparición que había visto en la cocina, mientras preparaba el té de la patrona, o don José hablando de la criatura negra que se le había abalanzado en los establos (que, por cierto, no era ninguna criatura, sino una broma de don Martín, el mayordomo de la estancia, quién todavía no se animaba a revelarselo al joven peón).
Cada noche las historias se repetían, y justo cuando iban a terminar, uno agregaba una nueva al repertorio, que luego se iba a volver a repetir una y otra vez.
Justo como pasó esa noche.
Naturalmente todos se juntaron y comenzaron a narrar sus experiencias; la mayoría solía fingir miedo ante las declaraciones de sus compañeros, ya que luego de tanto tiempo repitiéndose lo mismo, ya no causaba algún tipo de emoción.
Luego de unos minutos, un viejo peón pidió la palabra para contar su historia. Rápidamente todos se callaron,y escucharon con atención.El hombre se acomodó en su silla y clavó su vista en la parrilla, en donde se cocinaba el asado de esa noche. Pasaron los minutos, hasta qu por fin habló.
-Conocen poco de mí, ya que llevo solo unos días trabajando aquí. Unos pocos sabrán algunas cosas de mi persona, pero la mayoría de ustedes ignoran quién les habla, o porqué esta se encuentra en este lugar
» Yo trabajaba de peón en otra estancia, que se encontraba bastante lejos de mi casa. Para tratar de acortar la distancia, solía tomar una ruta que pasaba sí o sí por el monte. Allí, se encontraba una casa solitaria y algo vieja, en donde, por la ventana principal, una joven me saludaba amablemente todas las mañanas. Yo, desde mi caballo, le devolvía el saludo amablemente.
Así eran todas las mañanas y todas las tardes cuando volvía a mi casa. Pero había algo que me inquietaba, ¿quién era esa chica tan afable?
Cuando les mencioné a mis compañeros, ellos solo se limitaron observarme de soslayo y a decirme que no conocían ninguna casa en medio del monte, y tampoco a una señorita que saludaba a los viajeros.
Harto de no obtener respuestas, por la tarde, luego de terminar mi turno, y siendo hora de que me valla a mi casa, me desvié de mi ruta y me dirigí a la vieja casa.
A unos pocos metros de la casona, advertí que la vivienda parecía estar abandonada, más que «vieja». Las paredes de adobe parecían estar a punto de derrumbarse, y el ventanal por el que la joven moza me saludaba, se encontraba sin vidrio y con el marco de madera astillado.
Cuando estaba a punto de entrar algo me detuvo. Debajo del sauce que crecía frente a la casa, había una tumba con una cruz blanca, clavada en la tierra.
Caminé hacia el panteón con cautela, sientiendo como si me hubiera caído un balde con agua. Grabado en la cruz, decía «Martina Sánches»
Asustado, me largué en mi caballo al trote, y jamás volví a pasar por esa ruta
-Luego de esa experiencia, tuve pesadillas y sensaciones extrañas. No vi más remedio que irme de allí, y comenzar de nuevo en otra estancia. En otras palabras: aquí.
El silencio se instaló entre los trabajadores, quiénes incómodos no pronunciaban palabra alguna. Luego de unos minutos terminaron por contar los típicos chistes de gallegos, para tratar de aligerar el ambiente.
Para luego, al otro día, escuchar el grito de la hija mayor de doña Paloma, despertando preocupación en todos los habitantes de la estancia, para luego observar como yacía muerto en su cama, el viejo peón de la otra noche.
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Miras.
Fiction généraleY finalmente, terminas este extraño poema-no-poema, mirando por la ventana, la sombra de esos niños jugando en esa calesita del jardín