Blanca

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Sonó la alarma de las siete de la mañana por tercera vez. Los anteriores pitidos habían sido cancelados rápidamente para volver a conciliar el sueño lo más rápido posible con el objetivo de volver a encontrarse con aquellas montañas que le habían estado acompañando toda la noche. En el horizonte, hacia el este, veía que la oscuridad estaba a punto de disiparse en lontananza. Estaba a punto de amanecer y no quería perder la única oportunidad que se le había creado a lo largo de toda su vida por verlo. 

Había oído hablar de él, pero nadie se lo ha podido describir con detalle. Había oído decir que cada amanecer es diferente, que dura solo unos pocos minutos, a través de los cuales gran variedad de tonos y juegos de luz se apoderan del cielo hasta que poco a poco, gana lugar entre las sombras envolviéndolo todo; las flores, los objetos, los seres animados, en ella se unifican. En el transcurso del tiempo aumenta la luz, y con ella trae el color que se posa sobre el objeto o superficie que le corresponde. Era todo un espectáculo que solo los más madrugadores podían apreciar.

PIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIP.

Narra Blanca

Esa tercera alarma, acompañado por las voces de mi padre pidiendo que me despertase, había hecho volver a mi realidad; la de aquella Blanca con el pelo rizado, de color marrón, y con ojos marrones, según mis padres -aunque a mi me gustaba imaginarme con pelo liso, rubio, y ojos de color azul-. Aquella realidad de aquella Blanca que no podía percibir la luz. Cómo empezar siquiera a describirlo... Justo ahora tengo un fondo de color marrón oscuro con una luminiscencia turquesa en el centro. En realidad, acaba de cambiar a verde... y ahora es un azul brillante con manchas de color amarillo, y hay algo naranja que amenaza con abrirse paso y romper el conjunto entero. El resto de mi campo de visión está ocupado por aplastadas formas geométricas, garabatos y nubes que no tengo la esperanza de poder describir, no antes de que todas cambien otra vez a cualquier forma. Dentro de una hora y todo será diferente. Si trato de bloquear todas estas distracciones cerrando mis ojos, no funciona. Nunca se van. Excepto en mis sueños.


-¿Qué tal has dormido hoy Blanca? –pregunto el padre acomodando las sábanas

Blanca se incorporó, quedando sentada apoyada en su almohada

-Hoy he conseguido ver la oscuridad –pausó para recibir la bandeja de desayuno en su regazo- Me ha hecho darme cuenta de que me faltaban esos momentos de paz relacionados con la oscuridad. Aunque lo que realmente me fascinaba era poder ver el amanecer -pausa-. Y no he podido verlo porqué justo cuando el sol empezaba a salir me he despertado.

El padre se disculpó acompañado de un abrazo sincero. Sabía lo mucho que significaba para Blanca no ver el amanecer, e intentó mostrar compasión.

-Cuando acabes el desayuno avísame y te acompaño hasta el salón, estaré atento.

-No, no hace falta –dijo la niña convencida-. Iré yo sola.

-¿De veras? –insistió el padre.

A Blanca le fastidiaban estos comentarios. Cada día sentía más impotencia al ver cómo la gente de su entorno –sobre todo sus padres- querían ayudarle en cada paso, decisión, acción que hacía. Desde pequeña. Admitía que lo necesitaba, pero quería hacer que eso cambiara. Depender todo el rato de ellos le encadenaba a estar siempre a su lado, limitando las cosas que quería hacer.

-Sí papá, confía en mí –dijo por fin.

Y así lo hizo.


Unas horas más tarde los padres de Blanca y ella cogieron el coche para desplazarse hasta un supermercado lejano de su casa.

Los padres de Blanca decidieron que la niña no debía entrar con ellos. Le dejaron por la zona de las cajas, al lado de los cestos y los carros. Blanca suplicó entrar con ellos, pero fue inútil. Al final no tuvo más remedio que esperar donde le dijeron. Tenía mucho miedo, era la primera vez en mi vida que no tenía a sus padres al lado, y eso le hacía reflexionar sobre lo importante que era tenerlos, y lo poco que lo había valorado. Es más, reflexionó lo mucho que los había desvalorado. Estaba totalmente descolocada, así que se agarró a la paret. En su menté recreó una historia que solía seguir diariamente. La protagonizaban ella y sus amigos imaginarios. Su pasatiempo favorito era imaginarse un mundo paralelo al suyo, dónde podía hacer todo lo que se le ocurriese. Le ayudaba a olvidar el mundo real y sus problemas, lo que de alguna manera le animaba. Pero no fue durante mucho tiempo.

La espera se le hacía eterna. Calculaba que había estado allí alrededor de una hora, lo que le provocó unas ganas de llorar inmensas.

No llegaban.

MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora