Capítulo 1.

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Mi historia comienza en mi fiesta de cumpleaños. Cumplo 18, por fin mi mayoría de edad. Soy Ena y fui la primera de mi grupo en cumplir los 18 años. Era 18 de enero y aparte de mi cumpleaños también era mi santo. Algo curioso, lo sé, pero mis padres son así, curiosos. Nosotros no éramos cristianos, de hecho, éramos ateos pero cuando mis padres vieron en el calendario cuando nací Santa Ena no dudaron en ponerme ese nombre. Y esa es la historia que les estaban contando a mis amigos en ese justo momento:

-Y así es como le pusimos Ena –finalizó mi madre.

Mi madre era como yo, una mujer de mediana edad, se llamaba Charo, físicamente nos parecíamos muchísimo por no decir que éramos dos gotas de agua. Teníamos media melena pelirroja, ojos grades y marrones, de estatura media y algo rellenitas (a las dos nos gustaba comer). Con el carácter ya éramos más diferentes. Ella era dulce y amable, yo una antipática sin remedio, ella tiene paciencia y yo a la primera de cambio me rendía.

-Es increíble que tu cumpleaños sea el mismo día que tu santo- dijo Irina.

Irina era una chica amable y cariñosa, tenía sus cosas como todo el mundo pero es una gran amiga, con la que podías contar siempre. Era bajita y flaca, tenía el pelo rizado marrón con ojos color avellana.

-Tampoco lo es tanto, seguramente hay millones de personas que les ha pasado eso- dije yo.

-A mí, por ejemplo, me pasa igual- dijo Ángel- mi cumpleaños y mi santo son el mismo día, el 5 de mayo.

Ángel era un chico afable, no podía hacerle daño ni a una mosca. Era alto, delgado y con cara de niño aunque pronto iba a cumplir los 18 años, con ojos verdes y cabello negro. Friki de la informática que por ayudar a sus amigos había hackeado el ordenador de un profesor para que aprobáramos.

-¿Enserio?- preguntaron mi padre y Élfida a la vez.

Mi padre, Luis, era bajo y un poco gordo, tenía el pelo corto al estilo militar y llevaba perilla. Él no tenía paciencia para nada, solo para pescar y bucear, le gustaba discutir y juntarse para almorzar con sus amigos.

Luego estaba Élfida, ella siempre había sido la más rara del grupo, ya que sus padres son de Rusia y no están acostumbrados a nuestras costumbres ni fiestas. Ella era alta y estilizada, rubia y con ojos azules. Llevaba más de 10 años aquí así que ya no tenía casi acento. Era fría y distante pero cuando le ayudabas se abría y entonces te dabas cuenta de que se merece todas las cosas buenas del mundo y más (aunque supongo que todos los del grupo merecíamos eso pero yo no soy objetiva con ellos ya que los quiero con todo mi corazón), aunque también te dabas cuenta que estaba como una cabra, era tan enamoradiza que ya no nos sorprendia cuando nos decia que le gustaba alguien.

-Si, claro- respondió Ángel con una sonrisa- Oye Zeev, deja mi móvil.

Zeev era el más antipático y huraño de nosotros, con mirada altiva y una mueca siempre en la cara. Era muy difícil hacerle sonreír. Físicamente era muy atractivo, alto y con el cuerpo cuidado. El sueño de toda chica y de algunos chicos excepto de los que lo conocíamos bien.

-¿Por qué?- preguntó Zeev- quiero ver si tengo santo y si tengo cuando es.

Y comenzaron a discutir. Éramos así y así nos queríamos.

-Chicos venga, parad- dijo Irina- no vale la pena discutir.

-Pero quiero saberlo- dijo Zeev.

-Oye Zeev, cuando acabes de buscar tu nombre...- estaba diciendo Élfida.

Cuando de pronto dejé de sentir mi cuerpo mío.

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