Subí los doce pisos del estúpido edificio que me llevarían con Matteo.
Me acerqué a una chica, al parecer la secretaria de Matteo. Traía un gafete con su nombre: Jazmín.- Hola, disculpa, ¿se encuentra el señor Balsano? - pregunté amable.
- Por supuesto. ¿Desea que le llame? - me preguntó.
- Por favor.
- ¿Quién lo busca? - dijo alzando la bocina del teléfono.
- Una amiga.
Asintió con la cabeza y presionó el botón rojo que haría llamar a Matteo. Disfruté el momento en el que la chica colgó y me sonrió de oreja a oreja con un poco de disgusto.
- Puede pasar. - me invitó mientras le daba la espalda y me dirigía a la gigante oficina de Matteo.
- Gracias, Jazmín.
Golpeé un par de veces la puerta de madera hasta que escuché el grito sensual de Matteo detrás de ésta invitándome a que pasara. Abrí la puerta y entré tan despacio como un gato. Lo vi con su traje negro de espaldas a mí, por un momento no quise que volteara para poder salir corriendo e irme de ese lugar, pero otra parte de mí me pedía que me quedara, que dejara atrás todo mi orgullo y aceptara de una vez que Matteo me gustaba y que me gustaba muchísimo.
- Te dije que no Pedro. - dijo al teléfono. - Su padre es un hígado. - siguió hablando. - Después te llamo ¿sí? Tengo asuntos que resolver. Adiós.
Se dio vuelta y se quedó helado cuando me vio. Lo miré directo a los ojos y después bajé a sus labios.
- Hola. - lo saludé tímida.
Le dio vuelta al escritorio para quedar frente a mí.
- ¿Qué haces aquí? - me recorrió con la mirada y luego tocó mi rostro, justo debajo del labio inferior, donde había quedado una marca de sangre después del golpe que me había soltado papá. - ¿Qué te pasó? - me preguntó con un tono preocupado.
- Solo vengo a pedirte una sola cosa.
- Dime. - me ofreció continuar.
- ¿Tienes alguna propiedad que no estés usando?
- Sí.
- ¿Qué posibilidades habría de que me la rentaras? Si fuera un apartamento sería mejor. - le pedí.
- ¿Puedo preguntar por qué? Pedro…
- Él no hizo nada. - lo interrumpí. - Fue mi padre.
- ¿Él te hizo eso? - señaló la herida debajo de mi labio.
Asentí con la cabeza.
- Pedro acaba de decirme lo que pasó entre ustedes.
- Bah. Apuesto que te dijo que nada era lo que parecía – bufé.
- Está destrozado. Deberías de hablar con él.
- ¿Ahora eres mi psicólogo o qué? Yo solo vine a pedirte un espacio donde pueda quedarme. Te pagaré la renta, no te preocupes - dije algo enojada.
- Hey, hey, hey, tranquila ¿quieres? Está bien que estés alterada pero eres menor que yo chiquilla.
- ¿Qué tiene eso? A decir verdad, soy más madura que tú.
Empezó a balbucear muchísimas cosas que no pude entender. Dios mío, eso me prendía muchísimo.
- Mira, no tengo las llaves del apartamento, están en mi pent-house. Si quieres podemos ir allá y te doy las llaves. - me ofreció.