No se cual era mi rostro. Era muy pequeño pero andaba, con dificultad y tomado de la mano de algún familiar bastante extraño para ser mi padre. Caminaba apresurado, al ritmo de esa persona, pero observaba curioso como el mundo en el que habitaba comenzaba a hacerse mas y mas enorme. Delante mío un coche, una maquinaria marchita, con sus partes colgando y envuelto de hojas secas, amarillas. Estaba ahí al lado suyo, deshilandoze a consecuencia del viento, un árbol enorme, antiguo, que ensuciaba de manera poética el pavimento y el costado de la calle, ya debajo de mis plantas crujia. El camino se curveaba hacia abajo, parecía infinito, no sabía que había más adelante, me parecía fantástico y caricaturezco, lo había visto alguna vez en televisión, en todas esas imágenes confusas. Era donde vivía, se había levantado el telón.
El teatro de la vida, yo, un ave cayendo, había estado en lo alto, en donde el mundo es aquello que todos pintan, era bello, era aquello de lo que puedes agradecerle a la vida, la inocencia, curiosidad y pureza de un niño, quien no conocía al ser humano como plaga. Un árbol marchito al costado de una máquina marchita, justicia natural, como nosotros mismos, marchitando con el paso del tiempo.
Estaba recordando con nostalgia, ver fotografías en ambiente sepia te hace existir, se siente tan bien ese sitio donde nunca más, o será menos triste que hoy, poco a poco pudriendo mi interior. Eran fotografías en mi mente, pero aquella estaba en lo más profundo, olvidada, tejida con simbolos simétricos de manera natural. Ya parecía en el olvido, como una cabaña en aquel bosque maldito donde bestias singulares ladraban imponentes ante muchos de los buenos actos. Un cadáver tan pequeño y mal vivido que es imposible hoy día volver a ser.