Ahí se encontraba, encorvada con su espalda al descubierto, observando las cicatrices del pavimento consecuentes de unas manos con callos, deseosas de descanso y misericordia, unas manos más pobres e infortunas que su mismo dueño. Sus ojos se abrían y cerraban cada segundo, sin llegar a tocarse cada parpado, deliraba dentro de su mente, y sacaba una biografía a cada parte del suelo que pudiese, era imaginativa, creativa y sobre todo muy curiosa. Yo le conocía bien y entendía lo que pasaba por su cabeza, las historias en la vida diaria o los micro universos fascinan a cualquier soñador. Las familias de insectos eran mi principal atrayente cuando niño, cuidando de no matarles por fobias injustificadas, y eso era principalmente lo que me tenía a sus pies, que me recordaba mucho a mi niñez. Al otro día que paseaba de igual manera por el campus la volví a encontrar, bien podría ser un espía de su persona, o que mi pasatiempo favorito fuese observarle, le daba el tiempo de mi receso, lo que para un estudiante es oro puro. Llevaba de nueva cuenta la blusa de tirantes del día anterior, descubriendo su espalda al sol, quien enrojecía su piel y resaltaba los huesos de su espalda, que ya por si solos eran lo bastante notorios, igual que en sus brazos delgados. Esta vez tenía en su mano una ramita, con la cual picoteaba el suelo, me preguntaba qué es lo que hacía, y forzando la vista encontré un insecto panza arriba por debajo de sus pies donde se encontraba sentada, jorobando todo su cuerpo. No era la primera vez que sus ojos saltones y su negro cabello lacio y recortado me cautivaba, había salido con ella un par de veces, convirtiéndome en un "aún más" desafortunado perdedor.