Capítulo 23

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Todos regresaron en el jeep, ya que el camión había quedado completamente inservible y llevar otro auto o alguna de las motos de los rebeldes sería sin duda algo bastante peligroso y llamativo. Las mujeres iban en las piernas de los hombres, mientras que los acompañantes de Shulk guindaban, cada uno a los costados del vehículo, vestidos con sus trajes militares, portando las insignias del escuadrón que los había guiado hasta el escondite de los rebeldes.

Peeta iba apretujado entre Pollux y Gale, quien lo mantuvo aferrado por los hombros, repasando en voz baja, el plan que se habían organizado, donde los rebeldes llegarían después que lo hicieran ellos, por si se presentaba algún contratiempo y tuviesen que hacerle frente al cuartel general de Jenkins, para sacar con vida a su líder.

—¿Aún crees que funcione? —preguntó Peeta sin poder controlar los latidos acelerados de su corazón.

—Tiene que funcionar —acotó Gale abrazándole con fuerza—. No creo que regresemos con vida al Capitolio si antes no sacamos a este infeliz del poder. —Tanto el capitán Hawthorne como Peeta contemplaron a Sambury, quien había sido el más reacio a aceptar las ordenes de Gale.

—¿Crees que coopere y que no nos arroje por la borda?

—No lo sé. —Si bien era cierto que Sambury había accedido al plan, nadie les daba la certeza de que no cambiara de opinión luego y los traicionara, ya que, aunque Shulk le había explicado al oficial toda aquella rebelión y el porqué de sus actos, nadie les garantizaba que el soldado no estuviese fingiendo tan solo para entregarle a su almirante la cabeza del líder rebelde en bandeja de plata.

El plan consistía en introducir a Shulk como un simple rehén, mientras que sus dos acompañantes se harían pasar por los soldados caídos ante la explosión del vehículo, aquellos que salieron disparados del camión a causa de la detonación, tomando sus gorras y sus mascaras, quitándoles también los estandartes del uniforme, colocándoselos a los de ellos.

Cada corazón se aceleró al ver la entrada del ala oeste del cuartel general, siendo precisamente Sambury quien cubriera el rostro de Shulk con una capucha muy parecida a la que el líder rebelde le había puesto tanto a Gale como a Peeta, en compañía de Cressida, para introducirlos a su cuartel general.

—Espero que todo lo que hayas dicho sea cierto, Shulk —espetó Sambury de mala gana—. Yo también estoy con Paylor, y si el almirante solo quiere sacarla de la presidencia, tienes mi apoyo. —Aquello le dio esperanzas a todos los que temían un posible arrepentimiento por parte del soldado, aunque las cartas aún no estaban echadas.

—Viste el video, escuchaste todo lo que Shulk ha contado... ¿Qué más quieres? —preguntó Cressida, mirando de malas al soldado, tratando de ir lo más cómoda posible en las piernas del otro camarógrafo, el cual se encontraba adelante con Stuart, quien iba del lado de la puerta, tratando de que Jackson no cayera, al tener que ir prácticamente guindando de esta.

—No sé... todo esto es muy jalado de los cabellos.

—Jalado de los cabellos es el complot entre ese maldito viejo y Plutarch... juro que cuando lo vea voy a borrarle esta asquerosa sonrisita hipócrita que siempre muestra... maldito bastando —espetó Johanna, quien iba en las piernas de Gale, el cual alegó.

—Ya tendremos oportunidad, Johanna... primero lo primero, hay que contactar a Haymitch y pasarle el video, si lo enviamos a la frecuencia presidencial el primero que lo verá será Plutarch...

—... Y ese bastardo no se lo mostrará a la presidenta —concluyó Peeta—. Incluso podría hacer algo en contra de nosotros. —Todos asintieron.

Un juego entre dos sinsajosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora