Capítulo 9

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Peeta contempló el calendario que había tomado de su recamara, llevándoselo consigo aquella fría mañana de invierno rumbo a las ruinas, guindándole sobre la ya reparada chimenea, contando los días que habían transcurrido desde la última vez que Gale había pisado el distrito doce.

—Hace más de un mes y medio que no te veo, Gale. —Si bien el joven y apuesto capitán Hawthorne, había vuelto al distrito doce unas dos veces más después de su partida, esta última visita había sido la más distante de todas, prometiendo que estaría para Navidad, aunque Peeta tenía sus dudas.

Se sentó en un pequeño taburete cerca de la mesa, recordando la última visita de Gale, de la cual nadie más se había enterado salvo Peeta, quien le esperó toda la noche en las ruinas, igual que hoy, con una pequeña merienda nocturna, algo improvisado, con bizcochos rellenos de crema, té y galletas.

—¿Me extrañaste? —le había preguntado Gale, posando ambas manos sobre sus hombros al arribar al lugar, mientras Peeta se asía de su cintura, aferrándose a su cuerpo y respondiéndole, más que con palabras, con actos, depositando un largo, cálido y húmedo beso que logró estremecer a Gale a tal punto de soltar el bolso que traía, dejándose llevar por aquel deseo de sentirse el uno al otro.

Peeta le fue guiando entre beso y beso hasta el colchón inflable que se encontraba en el suelo, donde ahora un par de almohadas y unas suaves sábanas azules le cubrían, soltando el cuerpo del joven soldado, sentándose sin dejar de mirarle, incitándole a hacer lo mismo.

—¡Vaya!... tu actitud responde perfectamente mi pregunta. —Peeta se sonrojó, pero no dijo nada, simplemente sonrió, recostándose sobre el lecho, tomando a Gale por el cuello de su chaqueta militar, acercando su rostro al de él, besándole nuevamente como si de ello dependiera su existencia en este planeta.

Sus lenguas se entrelazaron al igual que sus piernas, mientras que el cuerpo de Gale fue cubriendo el del joven Mellark, quien deseaba con todas sus ansias entregarse a su amante y amigo, pero no podía dejar de sentir temor ante el dolor, imaginando que el ser penetrado por aquella zona tan íntima y estrecha de su cuerpo, debía ser como intentar pasar un limón por el ojo de una aguja.

—Te he deseado tanto —comentó Peeta entre beso y beso, sintiendo como las manos de Gale acariciaban su espalda, bajando hasta su cintura.

—Y yo... —respondió Gale, mientras ambos se contemplaban, Peeta con los ojos entrecerrados y completamente ruborizado, y Gale con una mirada lujuriosa y cargada de total deseo hacia el chico del pan—. Johanna ya se contentó conmigo, ¿pero sabes qué?... —Peeta negó con la cabeza, esperando la acotación del muchacho. —... Ya no deseo estar con ella... y aunque lo hemos hecho, no siento lo que siento cuando estoy contigo.

—Dímelo —exigió Peeta, sin dejar de asir a Gale por el cuello—. Dime qué sientes. —Gale volvió a atacar sus labios, esta vez con más hambre que antes, donde Peeta no pretendía quedarse atrás, mostrándole al joven soldado que él también lo deseaba más que a nada en este mundo.

—Amor... te amo y eso es una droga, un afrodisíaco que despierta en mí las más febriles pasiones, no sé qué has hecho conmigo, Peeta, pero ya no logro escapar de este sentimiento que se ha clavado en mí a fuego vivo. —Peeta comenzó a halar su chaqueta, intentando sacarla del escenario, lo que Gale comprendió a la perfección, sentándose sobre el colchón, quitándose la prenda, mientras Peeta desabotonaba su pantalón, deshaciéndose de sus zapatos.

Ambos quedaron a medio desvestir, Gale con su pantalón abajo pero las botas puestas, lo que por supuesto impidió que se deshiciera completamente de ellos, mientras que Peeta quedó tan solo en bóxer y calcetines, recostándose nuevamente sobre las suaves sábanas, incitando a Gale a hacer lo mismo.

Un juego entre dos sinsajosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora