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La claridad de la habitación, hizo que Luna abriera los ojos totalmente relajada, rodó por el colchón, y estiró todos los músculos de su cuerpo. Hasta que su mente cayó en la realidad, y dio un salto en la cama, sintiendo pánico.

Lo primero que hizo fue oír por si estaba Matteo, se mantuvo en silencio, atenta. Hasta que sus ojos cayeron en el reloj de la mesita de noche y se levantó de un salto completamente desnuda.

-Dios santo... -murmuró, aún incrédula.

Era imposible que fuera esa hora, no podía ser esa hora, porque si lo era entonces había perdido el avión y no podía regresar a su casa. Caminó sin molestarse en cubrirse, por todo el piso, buscando relojes, que no encontró.

-¿No tienes relojes o qué? -escupió en forma de pregunta, mirando por todos lados.

Miró y miró hasta que encontró uno. Y vio que efectivamente; había perdido el vuelo...

Sin perder más tiempo se apresuró a buscar su ropa, ni siquiera se molestó en ducharse, lo único que le importaba era poder regresar.

Una vez estuvo vestida, y se hubo cepillado el pelo, salió de aquel departamento, y se encontró en la calle, sola. Sin idea alguna de cómo llegar.

Maldijo en silencio.

¿Cómo se le había ocurrido ir a un lugar, y no tener unos datos para poder localizarse?

Volvió a subir hacía el departamento, y cuando fue a abrir la puerta, cayó en la cuenta, de que no tenía llave.

-¡Mierda, mierda, mierda, puta vida!

Las maldiciones manaban de sus labios, y apoyó la cabeza sobre la puerta dando un cabezazo. Debía alguna forma de regresar a aquella casa, en la que encontraría su maleta, y su dinero, de forma que podría regresar al aeropuerto, y montarse en un avión directo a su casa.

Las lágrimas cayeron por sus mejillas con impotencia. Ni siquiera tenía su bolso, él había dicho que no le haría falta.

Lo que no le había dicho era que pensaba dejarla sola, sin un medio de trasporte, ni una mísera moneda.

El silencio le inundaba y un pitido comenzó a retumbar en su cabeza sin cesar, se le embotaba, y la presión la quería hacer gritar. Se mordió los labios con fuerza y probó el sabor de su propia sangre. Las lágrimas caían y caían, y se sentía como una niña estúpida y perdida. Se apoyó contra la pared, y resbaló hacía el suelo, con los ojos cerrados, mientras las lágrimas seguían derramándose.

Debería de haber alguna solución, la que fuese.

No cogía el teléfono. Y él comenzaba a exasperase. ¿Dónde se había metido Luna? ¿Por qué no contestaba? Volvió a telefonear, y no contestó, un sentimiento llamado preocupación se apoderó de él.

Normalmente no tenía de quien preocuparse, y no lo hacía.

Esa mañana le había costado mucho trabajo dejar la cama caliente en la que estaba ella, que dormía profundamente, como un ángel.

Él la había despertado a media noche, con intención de volver a tomarla, y así había sido, su respuesta apasionada lo había llevado a la cima, con un orgasmo poderoso del que aún no se olvidaba, ni tampoco olvidaba su voz, y su imagen, que lo torturaban. Más se había levantado, se había duchado, y había ido a la empresa por unos papeles, a pesar de que era sábado, le gustaba madrugar, e informarse. No tenía nada más que hacer.

Excepto pasar el día con ella en la cama.

Esa idea lo había torturado tanto, que por algún rato se había enfadado con si mismo. Por último, había decidido hacerlo, total, su tío le había pagado para que se acostara con él ¿no? Así que la había llamado para decirle que lo esperase, pero ella no contestaba.

Solo una NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora