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La incredulidad se había apoderado de Luna al oír la cantidad de dinero que él le había dicho.

No dejaba de mirarlo con la boca abierta, no era capaz de murmurar una simple palabra. Estaba demasiado concentrada en asimilar lo que había oído.

-¿Qué pasa? ¿No te parece suficiente? –preguntó él, mientras miraba los ojos abiertos de Luna- Pues no te pienso ofrecer más... -dijo y se giró, para volver a girarse hacía ella- está bien, pon tu la cifra, me da igual cuanto me cuestes, vale la pena. 

El silencio se hizo tenso, ella ni siquiera se molestó en abrir la boca, cerró los ojos, y contó hasta veinte, para así abrirlos y descubrir que todo no era más que un mal sueño, sin embargo al abrir los ojos él la seguía mirando, cada vez más curioso, y ella quiso estampar su mano en el hermoso rostro. 

-¿No vas a decir nada? –preguntó Matteo

-¿Qué quieres que diga? 

-Sigo esperando que pongas una suma de dinero. 

-No voy a poner nada, ninguna suma ni nada. 

-¿Entonces, me vas a dejar a mi que decida? 

-Quiero irme a casa, ¿me dejas un teléfono? 

Un teléfono, llamaría a su amiga, y ella le mandaría el dinero, después se lo devolvería, todo sería así de sencillo. 

-¿Para qué quieres un teléfono? No vas a ir a ningún lado. 

-Oh, ya lo creo que si –murmuró ella, cogiendo fuerzas- tú no eres nadie para decirme que tengo que hacer.

-¿Y tú si eres alguien? - Luna lo miró, y le encogieron los ojos, las lágrimas le quemaban y amenazaban a salir, por lo que bajó la vista. No se habría sentido peor si le hubieran dado un puñetazo. Matteo se sentía como un tonto, no quería decir eso- Luna yo...

-¡Por supuesto que soy alguien! –escupió de pronto- más que tú seguro. 

-Oh, si claro, por eso dejas que cualquiera te arrebate la virginidad. 

Su cara ardió, sus ojos vacilaron, y él maldijo por lo bajo. 

-A quien yo le entregue mi virginidad, solo es asunto mío. 

-Lo sería si no hubiera sido yo el que te la quitara. 

-Mira, deja de hablar como si fuera muy importante, no es nada, además, podría haber sido cualquiera. 

-Claro, ¡el que más pagara! ¿no? –escupió sintiendo asco. Y rabia. 

La impotencia se adueñaba de Luna, ¿Qué decirle? Más la rabia la estaba sumergiendo al fondo del pozo, pensara lo que él pensara, no era la realidad y ella no era una pobre estupida a la que pudiera gritarle. 

-Piensa lo que quieras –dijo Luna. Se levantó de la cama y buscó sus zapatos que no encontró, paseó por el suelo buscándolos. 

-Deja de buscar lo que sea que buscas. 

-Mis zapatos –le contestó- me voy.

-¿Se puede saber a dónde? 

-A mi casa.

-Ah, muy bien. Y ahora explícame, como vas a volver, porque estoy muy intrigado en saberlo. 

-¿Sabes, Matteo? ¡Vete al infierno! No estás poniendo las cosas nada fáciles –gritó mientras miraba al suelo- ¿y donde has puesto los putos zapatos? –las palabras quedaban atragantadas en su garganta, y se sorprendía de que aquellas palabras salieran de su boca, siempre había sido alguien "correcta" por así decirlo a la hora de hablar, pero en ese momento, el cuidar su vocabulario no era lo que más le importara. 

Solo una NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora