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-Eres un cretino. 

-Y tú eres mía. 

Las palabras resonaban en la cabeza de Luna. Matteo se había lanzado a su boca en un beso posesivo y animal, que para su desgracia, había echo que le flaquearan las rodillas, haciéndola débil y dejándola a su merced. 

Después la había soltado y la había mirado con arrogancia, y a pesar de que su cuerpo temblara, ella había usado su mente, despejándola, y se había defendido. 

-No soy de nadie –había dicho- nadie es mi dueño.

-Tu cuerpo es mío –había susurrado él, acariciándole la espalda, y ella había temblado- ¿lo ves? 

-Te odio –escupió soltándose. 

-Me deseas -la contradijo él. 

-¡Más quisieras! 

-Tan solo quiero que te quedes, eso es lo que quiero. 

-Deseo ¡no! concedido. 

-No es un deseo, Luna, es un hecho. Solo te tengo que tocar para que te derritas, y diciendo unas palabras te quedarás más aquí, incluso sin hablar no podrás irte. 

-¡Eres un maldito arrogante! 

-Todo lo que tú quieres, cielo. Pero piénsalo, ¿no es mejor que no te resistas? 

-Te odio. 

-Te repites. Ya te dije que me deseas... igual que yo a ti.- Luna abrió la boca para quejarse, para gritarle, para hacer que se tragara sus palabras, pero no pudo; él la miró con aquellos ojos que la ahogaban y toda palabra sensata huyó de su mente- será mejor que vayamos a mi casa. 

-No. 

-Allí están tus cosas –dijo él. Y ella fue detrás cuando comenzó a caminar. 

Se detuvo a ponerse los zapatos sin avisarlo, pero supo que él se había dado cuenta, ya que oyó que se paraba en seco. 

-Estúpido, arrogante, imbécil, egoista... -farfullaba Luna, en un tono muy bajo, mientras se colocaba los zapatos. 

-¿Vienes o no? –preguntó asomándose, ella no contestó, «como si tuviera otra elección», tan solo le había mandado una mirada asesina, que él había respondido con una sonrisa- Estás preciosa cuando te enfadas.

-Vete al infierno. 

-Vendrás conmigo –dijo él.

Luna apartó la mirada.

Una vez se puso los zapatos, entró al cuarto de baño, y se miró al espejo, después de hacer una mueca, intentó parecer presentable. 

Diez minutos después, iban hacía la casa de Matteo en el coche, silencioso. 

Nada más llegar, Luna comenzó a andar hacía la escalera, quería desaparecer de su vista, y que él desapareciera de la suya, no quería verlo, no quería olerlo, sobre todo porque se sentía vulnerable. 

-Ya sabes, Luna-su voz la paralizó- todo será más fácil si aceptas, solo pon la cantidad de dinero –dijo él. 

-Te va a salir caro.

-Todo vale la pena, bonita. Tú vales la pena. 

-Te odio. 

-Lo sé. Pero tu cuerpo me desea, y eso es lo importante. 

No dijo nada. Solo subió hasta su habitación donde se encerró, donde estaba ahora, sentada en la cama, con el billete sobre sus manos, el cual ya no podía utilizar, quizás, si llamara por teléfono, quizás podría hablar con David. Si le explicara la situación él le enviaría el billete de vuelta. 

Solo una NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora