Primer Tiempo: Síntomas... ¿Es una broma?

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No al plagio

Diciembre, cuarto mes... 

Tenía unas tremendas ganas de encontrar al hombre que me había dicho que el embarazo de una capitolina era fácil de sobrellevar... ¡Era una vil mentira todo eso! Todavía me preguntaba en qué estaba pensando al enamorarme de esa loca mujer y cumplirle todos sus caprichos.

¡Así era, señores! ¡Me enamoré de esa urraca capitolina de feas pelucas!

Y no era cosa de ahorita; desde la primera vez que la vi llegar con su escándalo a mi piso, en el edificio de entrenamiento, presentándose como mi nueva escolta.

Recuerdo que me hipnotizaron esas perlas azules e intensas como el mar. Caí prendado de su belleza que, aunque trajera todo esa ridícula moda encima, era capaz de verse sin problemas.

Una bella mujer que me hizo cautivo de su inteligencia y, por qué no decirlo, su optimismo en cada cosecha. No se lo tomen a mal. Nunca disfrutó de ser vista como la mujer que se llevaba a los hijos del distrito doce al matadero, pero sí se encargó de que esos pequeños disfrutaran de lo que nunca habían sido capaces de disfrutar entre tanta pobreza y opresión.

Effie fue ese bálsamo de consolación que los sorteados necesitaban en medio de tanta crueldad. Lo peor venía cuando morían: se encerraba en su recámara haciendo duelo sin ni una pizca de maquillaje. Era ella, solo Effie.

—Deberías olvidarlo, Mitch...

Escuché su voz atrás de mí. Me había agarrado con la guardia baja, uno de los privilegios que quedaron después de la guerra: permitirte confiar en tu alrededor sin pensar que alguien te vigila para matarte.

—Insisto. Esos tiempos ya quedaron en el pasado, aunque apenas tengamos dos años de ser libres. Ya podemos decir que lo dejamos atrás.

No contesté. Así que me sorprendí cuando, en vez de irse, pasó sus brazos por mi espalda hasta posarlos en mi pecho. Depositó un pequeño beso en mi mejilla y luego en mi sien.

«Se notaba que las hormonas estaban haciendo su trabajo».

Me atreví a tomar sus manos, aprovechando que me dejaba tocarla. Sin embargo, he de decir que después de salir del tercer mes sus malestares físicos habían cambiado por otros...

—No todo lo que recuerdo es malo, preciosa —me limité a decir.

—Bien. Porque te venía a buscar, ya que Peeta y Katniss están ocupados con la comida. Tú y yo vamos a hacer algo.

Puse los ojos en blanco con fastidio. Cuando ella quería ponerse melancólica nadie podía querer sacarla de ese estado, pero cuando uno quería ponerse en depresión era la primera en hacer lo posible por sacarte.

Y estaba seguro que eso no tenía nada que ver con el bebé.

—¿Qué quieres? —Era mejor ponerse flojito y cooperar.

—Así se habla. —Se levantó, aplaudiendo como niña ante un juguete nuevo—. Buscaremos nombres para nuestro bebé.

Ya se había tardado en hacer de las suyas.

—Ponle em nombre que tú quieras... —dije distraído sin verla.

Hubo un silencio extraño que me hizo sospechar que la respuesta que había dado fue mal recibida por la receptora. Me atreví a dirigir mi mirada hacia ella y mis sospechas fueron confirmadas: se encontraba parada con las manos en la cintura y apretando la mandíbula con fuerza.

«Oh, no. Ahí vamos de nuevo: 1, 2 y...».

—¡Eres un insensible sin corazón! ¡¿Con qué cara veras a tu hijo o hija cuando te pregunte lo que sentiste al nombrarlo de esa forma?!

Pues creo yo que con la misma cara con la que la estaba viendo en ese momento.

—Estás exagerando, mujer. Nuestro hijo será lo suficientemente inteligente para darse cuenta de que lo quiero aunque no escoja su nombre.

—¡Claro que será inteligente! ¡Eso lo heredará de mí!

—Qué modesta me saliste, cariño... —Ella continuó gritando como si no hubiera comentado nada.

—¡Pero me iré de esta casa y no sabrás nada de nosotros!

Les había comentado arriba que los malestares físicos habían menguado, pero se me olvidó decirles que los hormonales empeoraron. ¡Y no solo eso!

Resultaba que desde hacía dos días me estaba sintiendo extraño. No obstante, el estómago se me resolvía mucho y me mareaba. ¡Hasta el alcohol estaba dejando de ser apetitoso a mi paladar!

Effie seguía deshaciéndose en su drama del día y yo sentía que me iba, que la escuchaba muy lejos. Sin embargo, unas tremendas ganas de vomitar me regresaron con fuerza a la realidad. Me levanté del sillón y salí corriendo directo al baño mientras Effie me seguía con preocupación. Por lo menos dejó su perorata.

Al llegar al baño me arrodillé frente al retrete desalojando hasta la bilis por la boca. Estaba descolocado, pues no sabía qué ocurría.

Fue cuando escuché un pequeño sollozo que volteé a ver a Effie. No estaba llorando, estaba tratando de disimular la risa que no sé por qué tenía.

—Lo siento —dice para soltar una gran carcajada—. Solo que no pensé que fuera verdad lo que me habían dicho las señoras del quemador.

¿Quemador? ¿En qué momento iba ella ese lugar? ¿Y qué le comentaron?

Tomó un respiro antes de explicarme:

»Es que me dijeron que existían ciertas ocasiones en las que la pareja de una mujer embarazada tenía los síntomas: vómitos, mareos, ascos, etc —mencionó un poco apenada—. Y creo que tú los tienes.

—¿Cómo es eso posible? —pregunté sin creerlo.

—Pues a través de los fluidos...

Oh.

—Entonces, las noches que hemos compartido me...

—¡NO! —gritó con la cara roja—. Me refiero a lo besos que nos hemos dado.

Iba a hablarle a Gale para que rastreara al imbécil que me engañó. Y lo haría pagar muy caro.

Gracias por leerme 😘

Embarazo a la CapitolinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora