Segundo tiempo: Más momentos así

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No al plagio

Enero, quinto mes...

Hoy era un día realmente bello y el paisaje frente a mis ojos no lo desmentía: la mujer más hermosa que había visto en mi vida se encontraba vestida con un lindo vestido rosa pálido que dejaba ver ese vientre redondeado… Mi hijo o hija crecía fuerte y sano.

Effie miraba el bosque con una tranquilidad que me transmitía paz, gozo y regocijo. Tenía años que esas emociones no se sentían tan fuertes. Me sorprendía la capacidad que tenía esa bella mujer para sacarme de mis casillas y, al mismo tiempo, hacerme sentir como un crío primerizo en el amor y no como el anciano que era.

Sigo sin creer que tendremos algo a lo que llamar: nuestro. Nunca pensé que en la misma oración nuestros nombres podían ser participantes para anunciar algo extraordinario. Tengo miedo. De perderlos como perdí anteriormente a todas las personas que consideré importantes en mi vida; a veces se me olvidaba que ya estábamos sin guerra, pero el temor seguía estando presente en mis pesadillas que, aunque no me despertaban con la misma agresividad de antes, si podían mantenerme en insomnio por muchas horas.

Me acomodé mejor en el marco de la puerta para continuar observando a mi amada. Ja. Soy un cursi de lo peor, lo bueno es que disimulo muy bien cuando abro la boca. Sonreí al verla llevar sus manos a su vientre para acariciarlo; para ella tampoco era fácil todo esto. Incluso, Peeta y Katniss tenía sus momentos de preocupación por cualquier gemido que saliera de la boca de Effie… El temor a un futuro incierto nos tenía con los nervios de punta aun sabiendo que era un miedo sin fundamentos.

Lo que estaba haciendo esa mujer del ocho era algo realmente magnifico a favor de todos Panem.

Respiré un poco para tomar valor e ir a sentarme a lado de mi mujer.

—Aquí estás —comenté con simpleza—. He estado toda la mañana buscándote y hasta ahora me doy cuenta que siempre estuviste en la patio. ¿Te sientes bien?

—Eres un mal mentiroso, Haymitch. Me percaté del momento exacto en el que te dedicaste a observarme desde la puerta —contestó, evitando mi pregunta—. ¿Por qué nos cuesta trabajo ser tan sinceros con nosotros mismos si llevamos tantos años conociéndonos? Creo que es tiempo de que empecemos de nuevo, Mitch —dijo con melancolía en su voz. Me limité a observar su perfil, no quería interrumpirla. En estos cinco meses lo que menos he hecho es verla tranquila y no quiero quitarle esa pequeña calma que tenía en esos momentos de reflexión—. Sé que te preocupas por nosotros —señaló, acariciando más su vientre; mis manos picaron por sentir lo que ella estaba sintiendo—, y te lo agradezco. Sé que te casaste conmigo para darle un hogar al bebé… pero siento que hace falta algo.

—¿Qué es lo que te hace falta? Dímelo y haré lo que esté en mis manos para poder cumplirlo. Todo sea por el bien del bebé.

De repente, una carcajada seca salió de sus labios y una lágrima se derramó por su mejilla. Supe en ese instante a lo que se refería: ella pensaba que solo hacía las cosas por el bebé y no porque ella me importara. Tomé una decisión haciendo caso a sus palabras: ser sinceros entre nosotros. Levanté mi mano y quité los rastros que dejó la pequeña lágrima. Le sonreí para transmitirle seguridad al acercar mi rostro al suyo, cuando tuve mis labios a medio centímetro de los suyos le susurré:

—Eres una mujer muy tonta —la cara de asombro que puso por mi cercanía cambió a un ceño fruncido a punto de discutir, sin embargo, no la dejé— si crees que todo lo que hago es exclusivamente por el bebé. Llevaba años tratando de retenerte a mi lado de una u otra forma, pero siempre se me había hecho una bajeza llegar al extremo de embarazarte o forzarte a casarte conmigo por alguna tonta excusa. —Me costaba decirlo, aunque era consciente de que si no lo hacía ahí mismo no lo haría nunca—. Y cuando me había dado por vencido, decidiste venirte a vivir al distrito doce y en mi casa. Me había conformado con eso; tuve que controlarme para no poseerte a todas horas sobre la mesa, en la cocina, en el baño, en donde sea que se me antojara beber de tus mieles. —Suspiré pasando mi lengua por mis labios que se estaba poniendo resecos por la sed que tenían de los suyos—. Debí saber que el destino me odiaba o sospecharlo tan siquiera, porque nunca imaginé que utilizaría a esos dos mocosos para hacer lo que yo no me atrevía a hacer: pelear por ti.

—Haymicth… —murmuró, colocando sus manos los costados de mi cara—. Yo… yo…

—Shh… Tranquila, mujer. —Acaricié su cabello—. Te lastimé todo este tiempo, lo sé. También me lastimé a mí mismo con la inseguridad que me corrompía. Y no me justificaré más, solo quiero que entiendas que todo esto que está pasando es lo mejor que me podía haber pasado. Te tengo conmigo y no es un sueño. Sí, eres una mujer insoportable con unas hormonas horribles de controlar, pero eres mía. Soy el testigo de cada uno de tus cambios hormonales, soy el que tiene tu atención para desquitar tus llantos o tus enojos; soy el que se enamora cada día más de ti porque me haces comprender que la vida es como un sube y baja. Que somos perfectos el uno para el otro… Me alegra que decidieras tomar al toro por los cuernos y darme la oportunidad de estar a tu lado.

No soy el mejor hombre de este planeta, pero estoy dispuesto a ser el mejor para ti y nuestro…

Vaya, de haber sabido que unas palabras cursis y llenas de verdad harían que me callara con un beso hambriento, que exigía ser correspondido con la misma intensidad. No se lo negué. Se subió a mi regazó y coloqué las manos en sus cintura, no tardé mucho en llevarlas a donde quería desde que supe estaba embarazada: su vientre. Solté una fuerte carcajada en medio del beso que ella correspondió.

—Se nota que los dos estaban ansioso por recibir mi cariño, ¿verdad, preciosa? —dije con burla y picardía. Su respuesta fue darme un golpe en el pecho antes de aferrarse a mis hombros y volver a unir nuestros labios.

Esa mujer me estaba volviendo loco con los movimientos de su cadera que chocaba contra mi pelvis, mi mejor amigo estaba empezando a despertarse para entrar en acción con felicidad. No obstante, se nos olvidaba que estábamos en el patio y que teníamos vecinos fastidiosos.

—¡Métanse a su casa o vayan al bosque! ¡Habemos personas que no queremos quedar traumadas el resto de nuestra vida por ser testigos del apareamiento entre dos ancianos! —gritó Katniss desde su ventana.

Mocosa del demonio. Que se escondiera muy bien, porque en cuento la agarré me desquitaré que hiciera que Effie me dejara con un problema muy notorio en la entrepierna por entrar corriendo a la casa llena de vergüenza.

—¡Peeta, amarra a Katniss si no quieres que te deje sin desayuno y cena! —grité con doble sentido.

—¡Claro, ya estoy en ello!

—Ahora, tengo que ir a terminar lo que empezamos. ¡Te quiero en el baño, Effie! ¡Esto aún no acaba! —anuncié siguiendo los pasos de mi esposa.

Embarazo a la CapitolinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora