Rashomon creció hasta convertirse en un ejemplar digno de su especie. De cuerpo liviano y ágil, pelaje obsidiana resplandeciendo en el día y ocultándolo en la noche, se movía por el palacio con el aire de un soberano por encima del emperador; y sin embargo, se daba la vida de niño malcriado hundiendo el hocico en las tinajas de agua y robando pescado fresco de las cocinas. El granuja era detestado y amado, lo segundo en especial por el príncipe, que a sus once años lo seguía a donde fuera.
Niño y gato se hicieron compinches. No fue de extrañarse. Con su padre fuera por meses u ocupado estando en casa; tempranamente respetado y apartado de los demás por el honor que corría por sus venas, encarnado en título nobiliario promesa al trono; a Akutagawa Ryunosuke no le quedó gran catálogo de compañías, y debió adaptarse a quienes estuvieran a mano que no temieran tentar a su suerte por la cuna en que nació...
Estoy siendo injusto y mentiroso.
La verdad es que sí, por si solo el tratamiento de heredero al trono abrió una brecha entre él y el mundo, mas esta no fue la razón principal por la cual las personas se distanciaron. La verdadera razón por la que se escudaron en su ascendencia regia, alejándose y tratándolo a fiera etiqueta, no fue su padre —señor de cuanto veían—, fue el consejero y nigromante.
Dazai fue el por qué nadie estableció un vínculo con el príncipe, y el por qué únicamente un gato se atrevió a hacerlo.
Los gatos son existencias privilegiadas en su ostracismo y apatía, que podrían tildarse de vanidad desmedida e insufrible, al ser los mensajeros directos y preferidos de los dioses.
A Rashomon, conocedor de la naturaleza ni demoniaca ni divina —y menos humana— de Dazai, le era indiferente lo que planeara o hiciera. Las maquinaciones de quien se hacía llamar nigromante, no le interesaban. Sólo sabía que el chico era familia. Lo fue cuando, siendo un pequeñajo indefenso, lo cuidó y amó. Le importaba comer, dormir y el príncipe. Por eso se mantenía a su lado, enseñándole los secretos de la vida de un gato, el valor del sigilo y la calma, de la sombras, de cazar para sobrevivir.
Y no creas que me desvío en vano. Soy viejo, los siglos me han pasado por encima, pero aun no estoy tan senil para ir por la tangente sin guía ni motivo.
El gato es relevante en la historia, y más para este fragmento. Tanto, como el decir que la zanja que rodeaba y excluía al príncipe, se convirtió en un abismo que nadie tuvo la valentía —o el deseo— de salvar, estuviera o no Dazai a su alrededor. Pese a que éste acompañaba a su señor a las cruzadas que realizaba, expandiendo su dominio a confines inesperados, cumpliendo la triple función de asesor táctico; en el palacio su presencia permanecía.
No me refiero a una cuestión simbólica, o de respeto impuesto en el imaginario colectivo por el poder y designación humanos. Me refiero a algo palpable y desprendido de la naturaleza sobrenatural del nigromante.
Aunque no lo hubieran visto jamás hacerlo, la gente aseguraba que era capaz de estar en dos sitios a la vez. En la guerra y en el palacio. O más que en el palacio, entorno al príncipe. No lo admitiría en voz alta: lo sentían ahí, rodeando al heredero.
No lo protegía, lo reclamaba.
El niño sonreía, el gato lo cuidaba y Dazai lo aislaba. Una jaula móvil.
En esa jaula los años trascurrieron multiplicando la longitud del reino que algún día habría de gobernar el príncipe. El ejército de su padre, tomado a burla años atrás, fue temido por los que pensaron en conquistarlos. Muchos ya habían caído, y formaban parte de lo que desdeñaron por su infortunio. Al resto les quedaba la espera, formando alianzas que de inmediato eran aplastadas por la creciente marabunta de lanzas, flechas, espadas, fuego y muerte, dirigida por un emperador firme en su orden, de mirada triste, contradictoria a su sanguinaria mano.
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Almost Human
Fanfiction[BSD - Dazai x Akutagawa] Bienvenido seas, cazador de historias. No perdamos el tiempo. Yo empezaré a contar y tú a escuchar, pero te advierto que la historia que tengo para ti no es de buenos y ni de malos, ni de la belleza de la promesa eterna de...