XVI. Mandarinas

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El cazador de historias se dispuso a contar la suya, aquella que llevaba años buscando a quien contar, un quién que no era cualquiera, un ser específico que aborreció en su vida pasada y que aun detestaba, pese a la encomienda y a haberlo escuchado.

Tal cual el Señor de la Muerte advirtió, en su historia no hubo honor ni esperanza, menos un motivo para el perdón. En su historia sólo encontró a una asquerosa monstruosidad dispuesta a jugar con la vida de los mortales. Pese a eso, al levantarse (Rashomon esfumándose cumplido su deseo y añorando el descanso eterno), supo que el inmortal merecía el regalo que traía consigo.

—Muy, muy lejos de aquí —empezó—, en un reino apartado, un duque tuvo de heredero a niño enfermizo, de cabello negro y las puntas del frente blancas, signo de su sangre noble. El niño fue prometido a corta edad con el hijo de un coronel, y aunque este hizo lo posible por enamorarlo, pronto entendió que nunca, ni en el pasado que recordaban (y no decían) ni en el presente, estarían juntos.

»Un día, el hijo del coronel descubrió al hijo del duque hablando con un espíritu familiar que lo protegía desde la cuna. Tres actores de una obra anterior llamados de vuelta a escena en una secuela. Dos de ellos amando profundamente a uno, dispuestos a hacer lo que fuera por él, que moría despacio debido a su condición débil, aferrado a la vida por la esperanza de encontrar a su verdugo y amor de una vida pasada.

»Si no es conmigo... al menos haré que sea feliz, se dijo el hijo del coronel, comprendiendo que jamás tuvo oportunidad, y que en esta ocasión su papel no era de príncipe salvador, sino de amante dispuesto a un último sacrificio en nombre del amor, para lograr desprenderse de sus sentimientos procurando la felicidad del dueño de su corazón.

»El hijo del coronel tiró el teatro que representaban, y prometió hallar a la criatura que condenó a su amado, si es que aun existía, o corroborar que desapareció.

»De un modo u otro darle paz a su, dos veces, prometido.

»Dirigiendo un sentimiento distinto a la aversión, el joven moribundo le cedió a su espíritu familiar en protección.

»Rashomon siguió al hijo del coronel por caminos sinuosos, en una cacería virtualmente imposible de pistas que los condujeran a la criatura con que se encontraron mucho, demasiado tiempo atrás; urgido por enmendar errores. No haber alejado a Ryunosuke del pútrido ser, no haberlo detenido cuando intentó protegerlo, y haber permitido que el monstruo lo mantuviera en una aberración entre vida y muerte.

»Cacería de cuentos, de leyendas, interminable e inservible, hasta hoy, que ambos hallamos en tu historia el fin y el descanso a nuestras almas, porque si eres lo que dices ser aun puedes estar a su lado antes de que parta —desesperación, esa fue la esencia de la frase. Entre líneas, el aviso: la enfermedad estaba ganar la batalla que se libraba contra reloj—. Aun puedes hacerlo feliz —la esperanza en esa oración quedó aplastada por el reproche y la exigencia.

El Señor de la Muerte asintió.

—Viajé por tierras inhóspitas recolectando información de ustedes, las criaturas que yacen más allá de lo humano, y sé que, aunque los coloques de triviales, los lazos de la vida, para una criatura que es muerte, son más importante que el mero capricho de un terrón de azúcar —se acercó, ya sin protección, ansioso por terminar su encomienda—. Eres inmortal, sí, más tu poder depende de los lazos, y desde la muerte de Ryunosuke dejaste de alimentarte, te abstrajiste y te resignaste a perder tu poder, condenándote al aislamiento en estas viejas paredes llenas de recuerdos —sonrió burlón—. Juzgaste tus pecados por cuenta propia, te convertirte en juez, ejecutor y carcelero de tu condena —patético, acusó su mirada.

»Así que soy un lazo de vida ofrecido por el destino, que decidió reencárnanos, otorgándote una segunda oportunidad —farfulló asqueado, celoso y rendido—. Te nutriré y llegarás a él.

Almost HumanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora