Nada salió como lo planearon.
El emperador solicitó la ayuda de su amigo de la infancia, un rey, seguro de haber cometido el peor de los errores.
El rey lo convenció de que su consejero era un demonio haciéndose pasar por algo distinto.
La mejor sacerdotisa del reino de las montañas fue convertirá en emperatriz para proteger al emperador de los efectos de su magia y poder. El matrimonio por conveniencia no tardó en engendrar un profundo amor y concebir una hija, pequeña criatura por quien más que antes Higuchi se propuso liberar a su imperio.
El rey concedió la mano de su hijo, Atsushi, encomendado a una doble función. A la larga uniría ambos países en agradecimiento y fraternidad. En el futuro inmediato su presencia buscaba despejar la mente del príncipe imperial, alejarlo del nigromante y salvarlo.
Las cuatro piezas en juego alrededor del despreciable demonio que aprisionaba una nación entera, pretendían debilitarlo y vencerlo empleando un conjuro antiguo, sortilegio vertido en un pergamino dentro de una caja de madera. Plan meticulosamente elaborado y ejecutado en sus pasos iniciales... que jamás se concretó.
Durante los meses siguientes al arribo del príncipe de las montañas, tuvieron lugar grandes bailes y desfiles.
El movimiento en el palacio y la vista del príncipe de mano de un futuro consorte real hizo florecer las ilusiones en la gente, como si la presencia de ese tercero borrara la certeza de que su príncipe yacía con un demonio. El pueblo se aferraba a la vana ilusión, queriendo creer que el amor era la respuesta a sus plegarias, cuando este no era sino el problema.
En el palacio las cosas estaban más claras. De la guardia a la servidumbre la fe no existía, aplastados por la oscuridad de la criatura que los obcecaba sustrayendo toda luz, por las marcas visibles en el cuerpo del príncipe Akutagawa, por los sonidos que brotaban de sus habitaciones, y por la penosa lucha que sostenía la ridícula esperanza de un frente compuesto por tres simples mortales.
Lo más terrible de observar en ese desenfreno de repugnante pasión y pobre resistencia del emperador, la emperatriz y el príncipe Atsushi; era la inocencia con que este último se afanaba en acercarse a quien era su prometido. Esos días debieron ser un paseo por el infierno. De día vivía la indiferencia o los estallidos de Akutagawa, y el hervir de su sangre al notar cómo cuánto hacía se venía abajo ante la presencia de Dazai...
Lo siento, debo corregir.
Quisiera darle merito, pero la verdad es que pese a desvivirse por complacer al príncipe heredero, ser de su agrado y acercarse a su corazón; con o sin Dazai presente ningún esfuerzo levantaba si quiera una mínima columna de avance. Para Akutagawa su presencia era indeseable, un estorbo, y no desaprovechaba oportunidad en hacérselo notar, ya fuera por las acciones y palabras, o usando el método más cruel: entregándose al nigromante. No era un secreto lo que ocurría a puerta cerrada en los aposentos del heredero, ni cuanto le lloraba Atsushi en los propios.
De noche a Atsushi le comía el alma imaginar al motivo de sus desvelos en los inmundos brazos de un demonio. De día moría por el rechazo de su amor y la sonrisa burlona, triunfante, de Dazai.
Los meses transcurrieron siendo tortura para el padre, la esposa, el prometido, el hijo, e incluso para aquel que creía estúpidamente que los humanos no se atreverían a retarlo en serio, y que sería capaz de mantener la entereza pasara lo que pasara sin involucrar los sentimientos que ya estaban de por medio.
Fue a finales de año cuando acaeció el infortunio.
Los humanos preparaban la celebración de fin de año. El frío de invierno calaba en los huesos. En las casas los anafres se mantenían encendidos. El ninhoushi se bebía en vez del agua congelada de los pozos, saciando sed y forzando el calor. Hablaban del nuevo año pensando en un futuro que estaba por escapárseles.
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Almost Human
Fanfiction[BSD - Dazai x Akutagawa] Bienvenido seas, cazador de historias. No perdamos el tiempo. Yo empezaré a contar y tú a escuchar, pero te advierto que la historia que tengo para ti no es de buenos y ni de malos, ni de la belleza de la promesa eterna de...