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Tarifa me observaba y a la vez me ponía algo incómoda, su fija mirada hacía que en ciertas ocasiones cometiera estupideces mientras desempacaba, vamos a ver, que los zapatos no van colgados en el perchero, eh. Tarifa echó una carcajada, lo que hizo que rápidamente me ruborizara.

-Agh- bufé suspirando. Él me miró y sentí algo húmedo en mejilla. Me había besado. Sinceramente mis mejillas no podían estar más rojas que en ese momento.

-No te enojes- suplicó- no sé porqué estás tan nerviosa, pero sabes que puedes contar conmigo- sonrió mostrando su blanca y muy bien cuidada dentadura.

-No pasa nada, tranquilo.- sonreí de la misma forma que él, provocando una sonrisa sin dientes en su rostro.

-_____, sabes que te quiero- me abrazó,  haciendo que su perfume rápidamente penetrara mis fosas nasales de una forma recíproca.

-Yo también te quiero, Daniel.- correspondi a su abrazo, cerrando mis ojos y poniendo mi cabeza en su hombro, ya que, teníamos casi la misma estatura, él me ganaba por unos pocos centimetros.

Soñaba volver a esto, sus abrazos, el silencio que, de una forma demasiado sorprendente, jamás se volvía incómodo. Como su respiración se escuchaba en tan silencio. Sinceramente, todo tan y perfectamente como antes. Como lo soñe. Sus brazos pasearon de mis hombros a mi espalda, bajando por la columna hasta mi cintura y así elevandose hasta, nuevamente, los hombros. Me relajaba tanto estar así con él, conseguía que toda mi angustia se esfumara siempre que radiaba su presencia,  así es Tarifa. La alegría y pasividad reinaba tan sólo con él hablar por el móvil. Su melodiosa voz rompió aquel acogible silencio.

-Deberías quitarte la campera, sabes, hace muchísimo calor- sugirió, susurrando con su voz ronca. Nuevamente la angustia volvió a mi al recordar la existencias de aquellas marcas y cicatrices en mis brazos. Comencé a temblar y ponerme nerviosa, Tarifa lo notó, se estremeció, separándose para mirarme.- ¿pasa algo? ¿dije algo malo?- preguntó con su voz preocupada. Puso su mano derecha en mi mentón, haciendo que le mirase, obviente tenía mis ojos aguados y un nudo en la garganta con el que soñaba que la tierra me tragase. Opté por morder levemente mi labio.

-____, quítate la campera.- dijo esta vez firme, con un aire de autoridad y tan borde y frío como el mismísimo hielo.

Suspire y bajé aquel cierre color gris, dejando caer esta prenda. Sus ojos se abrieron como platos. Abrió la boca levemente sin decir ninguna palabra para luego cerrarla, sus ojos estaban fijos mirando mis brazos y estos comenzaron a dilatarse. Como por arte de magia recobró la vida de una manera que no me hubiese gustado. Se alejó dando pasitos hacia atrás para luego tomar la determinación de irse, dando un portazo.

Me dejó allí en uno de mis peores momentos. Sola, tratando de procesar la anterior escena y sin tener a mis amigas de Chile para poder pedirles un consejo, o más bien, utilizarlas de pañuelos de lágrimas. Si antes me había apoyado, ¿Por qué ahora no? Quizás el dicho de "Las personas cambian" si es real.

Suicidate {ByTarifa}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora