Capítulo 03: Viaje a Italia.

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— ¿De nuevo lo adelantó?—pregunto

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— ¿De nuevo lo adelantó?—pregunto. 

— Ya sabes como es. No es nada raro en él.

Asiento.

— En dos horas sale el vuelo, tenemos que estar media hora antes. Mandaré a que bajen tus maletas, que por lo visto son bastantes.—reímos juntas y ella sale de mi habitación.  

Es algo súper normal que a mi padre le dé por adelantar o atrasar el vuelo, no es nada raro ya que siempre pasa.  

***


Habían pasado dos horas de vuelo, y no podía pegar ni un solo ojo, y aún quedaban unos cincuenta minutos de vuelo.

Pensaba en cómo sería vivir en Italia, en como extrañaría a mis primos, en qué sería de mí en unos cuántos años; en si conseguiría algunos amigos que no sólo se me acercaran por el dinero de mi padre, porque así era en la antigua universidad. Y prefiero a tener uno o dos amigos con quién contar, que tener muchísimos y a la final me apuñalen por la espalda y terminen siendo completamente falsos...

Después de tanto pensar logré quedarme dormida por el resto del vuelo.

Al despertarme veo a las dos azafatas caminando de un lado a otro, y veo a una entrar al baño con una toalla.

— ¿Qué está pasando? —le pregunto a unos de los guardias que nos acompañaban.

— Tanya está en el baño vomitando.

Una pequeña risita sale de mi garganta al recordar que nunca le ha gustado viajar en aviones, y odia las alturas.

Voy de inmediato al baño y ahí está, abrazada al inodoro con su cabello desordenado hacia adelante.

— ¡No te rías Samantha! —me mira y en un segundo vuelve la vista al inodoro para vomitar — Mejor ayúdame a pararme de aquí, he estado aquí más de veinte minutos y ya me duele la columna.

La ayudo a levantarse con cuidado por su avanzada edad y le paso un cepillo para que se peine en cabello; se lava la cara y salimos de allí.

Una azafata que nos esperaba fuera del baño nos dice —; Vayan a sus asientos, estamos apunto de aterrizar.

Y sin decir más, nos vamos a nuestro respectivos asientos.

Veinte minutos después, nos encontramos bajando de las escaleras del avión y el viento congelando completamente mis huesos.

Me abrazo a mí misma mientras llego al suelo, volteo y espero a que Nana baje las escaleras del avión, y su lentitud me obstina y a su vez me da risa por lo que le dice a unos de los hombres que  trabaja para mi padre.

— No estoy tan anciana como para no poder bajar éstas estúpida escaleras. —apenas llevaba dos escalones desde que bajé.

— Yo sólo creí que... —contesta el joven-no-tan-joven alto, de contextura corpulenta y un poco moreno, no sobrepasa los veintiocho años, eso es seguro, ya que su cuerpo bien trabajado lo hace saber.

— Si, sí. Lo que tú digas aunque, ¿sabes qué? Mejor ayúdame a bajar éstas escalares no vaya a ser yo termine con los dientes enterrados en el suelo.

Un pequeña risita trata de brotar de mis labios, pero me contengo mordiendo mi dedo índice.

Nana me dedica una mala mirada que hace que me ponga roja por aguantarme la risa.

***

Luego de haberle montado el numerito al moreno que trabaja para mi padre, nos montamos en el auto que nos esperaba para traerlos adónde se supone nos quedaríamos.

Todo el trayecto estuve mirando las calles de Italia con las ventanas abajo para sentir el viento frío chocar con mi rostro, las personas caminar tan tranquilamente, las tiendas llenas de ropa de buena calidad, los parques llenos de familias jugando y corriendo de allá para acá con una sonrisa plasmada en sus rostros. Y más que todo, autos, motos y bicicletas por doquier.

Nos paramos en un semáforo ya que éste mismo está en rojo para que los peatones pasen tranquilamente.

En la acera próxima del auto veo y escucho al un niño llorar señalando el carrito de helados, su madre intranquila sin saber qué hacer, lo carga en sus brazos para tranquilizarlo pero el niño de tez morena no accede.

— ¡Comprame un helado de esos mami, por favor! —suplica el niño aún llorando.

— No tenemos suficiente dinero para darnos ese gusto, Alek —el acento italiano lo noto en un lacónico segundo. — sólo nos queda para la comida de la noche.

El pequeño aumenta su llanto al escuchar aquello.

Toco mi bolsillo de la parte adelante de mi abrigo y encuentro unos cuántos billetes que sé que les alcanzará para comprarse el helado y para comer lo que resta de la semana.

Me bajo del auto ignorando las protestas de nana y me dirigió hacia donde está el pequeño y su madre.

— Perdone, sin querer he escuchado el pequeño altercado. Y disculpe mi atrevimiento, pero aquí les dejo para que se compren los que quieran. —saco de mi bolsillo los billetes y se los entrego a la señora que está frente a mí.

Sus ojos brillan por las lágrimas apunto de salir.

— Señorita pero es que, es que... Esto es demasiado. No sé cómo podría llegar a devolvérselo. No puedo... —la interrumpo.

— ¡Claro que sí puedes! Sólo acéptalo, por favor. —los ojitos del pequeño brillan con emoción y eso hace que mi corazón de hinche de alegría al saber que he ayudado a dos personas.

— ¡Sam, sube ya! Quiero llegar a dormir. —grita Nana desde el auto.

Por lo menos he empezado bien, ayudando a quiénes lo necesitan. Y eso me hace sentir más que bien.

Me devuelvo y les doy una sonrisa sincera y llena de alegría a la madre y al pequeño y luego me monto en el auto haciendo que éste arranque de una vez para ir a la que pronto será mi nueva casa.

Quince minutos después, llegamos a una casa de dos plantas bastante amplia y hermosa, con bastantes flores adornando la entrada.

— Bienvenidas a Italia, y a su nuevo hogar.

PROHIBIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora