CAPÍTULO NºI UN DÍA NO TAN NORMAL E INESPERADO

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Había un pequeño pueblito, allí vivía un chico muy apuesto llamado Ryan Wordy, tenía quince años, cabellos pelirrojos, ojos azules, pecas, pero sólo una pequeñita cantidad por su nariz y sus pómulos, el mismo tenía una mirada muy particular, no puedo describirla, ese tipo de miradas es muy difícil de describir, pero había algo muy especial en ella. El mismo chico vestía unos pantalones que le quedaban pequeños y lucía un gran saco negro que terminaba en punta, tenía un bonito aspecto con un peinado bastante raro -vivía allí, pero eso no quiere decir que había nacido allí-.

Ryan vivía en una humilde morada, solo, pero a pesar de todo vivía feliz, nunca había comprendido por qué no tenía familia y los otros chicos sí, tampoco se puso a investigar, pero aunque ahora no les cuente tanto, más adelante penetrarán mejor la historia de su vida.

Un día, como cualquier otro, el chico se levantó de su cama y miró a través de su ventana. Vio un día normal, bueno en aquel pueblito, cuando me refiero a un día normal, me refiero a decenas y decenas de personas caminando, en una calle muy estrecha –eso quiere decir que se atropellaban unos a otros-; aquel lugar era un completo caos a la mañana, luego, al mediodía se tranquilizaba un poco, al atardecer iba mejorando un poco más que al mediodía y en la noche era un pueblito, como se puede decir, de lo más tranquilo. Pero yo me centraré en la mañana, porque el chico recién había despertado.

Ryan, al observar esa cantidad de gente pechándose entre sí, no le dieron muchas ganas, pero se sintió obligado a salir al puesto de la esquina a comprar su desayuno.

Al meterse entre esa cantidad de gente, una persona muy extraña y enmascarada lo tomó del brazo y se lo llevó hacia un sitio apartado del resto de la multitud de gente, así podría hablar con Ryan a solas.

Mientras que la persona rara y desconocida lo llevaba casi corriendo, el chico hacía fuerza con el brazo para que lo soltara, gritaba, pataleaba y tenía mucho temor, y a la vez se le empezaba a hacer un día bastante pesado. Creo que si a ti te tocara levantarte un día de buen humor, con solo ver por la ventana la cantidad de gente amontonada, ya empezarías a dejar un poco de lado el buen humor, y empezarías a ponerte de mal humor; saliendo y que todos te pechen, también quita las ganas de salir; y que te agarren del brazo ni que hablar.

El punto es que, la persona lo llevó a un lugar muy extraño, era como una biblioteca, pero aún más grande, aquello era como estar en el paraíso de los libros, habían libros por todas partes, las librerías cubrían totalmente las paredes, repletas, hasta el último rincón, de volúmenes de todos los tiempos y países, de todos los tamaños y colores. La verdad es que era muy raro ver un lugar así en un pueblo tan pequeño, además que por fuera parecía una casita muy humilde y al ingresar al mismo, ver eso tan gigante por dentro, repleto de libros, era como por arte de magia.

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