Estos sentimientos ...

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"Nunca me será sencillo decir lo que siento, porque descubrí que esas dos palabras llevan consigo un sentimiento sin límites."- Takahashi Misaki  

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El asesino, cubierto de tierra, sangre y agua, apuñaló el cuerpo de la mujer. La katana atravesó por completo su abdomen manchando de sangre el rostro de Rukia. Su piel palideció y por unos instantes dejó de escuchar, dejó de percibir su entorno y sólo podía ver el cuerpo de Matsumoto frente a ella, siendo atravesada por la katana. El cuerpo de la mujer que había jurado proteger estaba protegiéndola a ella, recibiendo aquella estocada final en su lugar.  

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- Corre - fue lo último que salió de los labios de Rangiku antes de desplomarse sobre el suelo.

- ¡Maldición! Aún en sus últimos momentos me estorbo, pero ahora ya no está ella para protegerte. 

- ¡Eres un maldito! - gritó Rukia fuera de sí. Sin embargo, los sentimientos entorpecieron sus movimientos, su velocidad para desenvainar su katana fue demasiado lenta en comparación con el nuevo ataque del enemigo, el cual estaba apunto de hacer el golpe final: la katana iba a atravesar su cuello sin piedad...

El sonido de metal chocando contra metal retumbó en sus oídos. Una cadena detuvo la katana. El aire se volvió frío y la lluvia comenzó empeorar; el cielo rugía como un dragón preparándose para cazar a su presa y toda la naturaleza cerca de ella se congeló. Rukia sintió la punta de la katana tocando su tráquea, a milímetros de robarle el último suspiro. Ella estaba congelada y no precisamente por hielo.

- ¿Qué pasa aquí? – gritó de nuevo aquella voz de hace unos instantes.

- ¡Suéltame ya y déjame acabar con ella!

Aquel hombre se había vuelto loco. Se giró hacia la otra persona y comenzó a atacar a diestra y siniestra, pero sus golpes ya eran lentos y sin fuerza, cada uno de ellos era detenido sin esfuerzo por la espada de aquel misterioso hombre de la que colgaba la cadena que le había salvado la vida. Su enemigo estaba apunto de morir, su vida se estaba escapando de sus manos.

- ¡Ella tiene que morir! – gritaba, mientras que la otra persona se defendía sin esfuerzo 

- No dejaré que mates a nadie, no esta noche - su voz era serena, grave y masculina, como el roce de un copo de nieve en invierno.

Un solo movimiento le bastó para cortar el cuello de su enemigo acabando por fin con su vida y su sufrimiento haciendo que cayera pesadamente sobre el congelado suelo. 

Rukia despertó de su letargo y corrió hacia Matsumoto sin importarle en lo más mínimo aquella persona.

- ¡Ran! Ran despierta por favor, no me dejes, no me abandones Rangiku.

La lluvia comenzó a aminorar transformándose en sólo una ligera llovizna, sin embargo, Rukia estaba hecha un mar de lágrimas - Vamos maldición ¡despierta, abre los ojos! - gritaba con desesperación. Pasaba su vista por todos lados buscando un caballo o un milagro para regresar rápido al castillo. Conocía el bosque, no estaba muy lejos de casa, pero con Rangiku en ese estado no sabía si llegaría a tiempo. 

Estaba tan metida en buscar una solución rápida que no se percató cuando aquel nuevo desconocido acortó la distancia entre ellos, hasta que lo tuvo justo frente a ella. Gracias a la poca luz que había comenzado a iluminar la noche pudo ver ligeramente sus facciones y logró ver claramente unos hipnotizantes ojos turquesa viéndola fijamente. Después de unos segundos aquellos ojos desviaron su mirada hacía el cuerpo de Matsumoto, deteniéndose en la herida.

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