Capitulo 4

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-¡Pero yo nunca te obligue! -exclamó Sebastián.

Valentina  pensó que era cierto, pero que las palabras: «Déjame hacerte el amor o sal de mi vida» habían sido lo suficientemente explícitas. Al final, cuando no había podido superar el miedo a que la tocara, le había ahorrado la molestia de echarla marchándose ella sola.

-Así que déjame aclarar esto -añadió él muy enfadado-. ¿Lo que estás intentando decirme es que ese hombre quiere obligarte a acostarte con él a cambio de las cinco mil libras que le debes?

-Sí –afirmó Valentina, poniéndose en pie, mientras se cubría la cara con una mano Sebastián también se levantó y la contempló durante unos minutos.

-Venga, Valentina -murmuró él suavemente-. Tranquilízate. Nadie te va a hacer nada.

-Lo siento -sollozó ella.

Él se dirigió a la ventana, dejándola espacio para que pudiera serenarse. Sin embargo, Valentina  no podía dejar de llorar, a pesar de que no comprendía por qué, pero estaba segura de que tenía que ver con el vacío que la separaba de Sebastián. Además, con las palabras que acababa de pronunciar, acababa de destruir el puente que podía haberlos unido de nuevo. Definitivamente, estaban mejor el uno sin el otro.

-Si te doy el dinero, ¿qué ocurrirá entonces? -preguntó él, dejando de mirar por la ventana por unos instantes.

-Pagaré la deuda -respondió ella, sabiendo que no podía prometerle que le devolvería el dinero con su escaso sueldo de camarera. Lo único que podía ofrecerle era el divorcio.

-¿Y dejarás de trabajar para él?-

-Por supuesto. No quiero volver a poner los ojos ni en él ni en ese club en lo que me quede de vida, si puedo evitarlo.-

-Y dejarás de apostar-

-Sí-

-Eso no es suficiente. El juego es una enfermedad, y tú lo sabes. Si has sido capaz de utilizarlo para intentar salir de tus dificultades económicas, puedes volver a recaer si se te vuelve a plantear un problema. ¿Y entonces qué? -preguntó, volviéndose a mirarla-. Te verás obligada a recurrir a mí de nuevo para que yo te preste el dinero y volverás a caer en el hoyo de siempre.

-¿Te estás negando a ayudarme? -preguntó ella con voz muy frágil.

-¡Maldita sea, Valentina! No es eso -exclamó él lleno de frustración-. Pero sería un loco si no insistiera en tener garantías de que esto no va a volver a producirse.

-Nunca volverá a ocurrir -prometió ella inmediatamente.

Pero Valentina se dio cuenta de que aquellas palabras no eran suficientes. Por los gestos, la actitud de Sebastián, supo que no le bastaba con su palabra. Y entonces tuvo miedo, mientras el silencio los envolvía y ahogaba la súplica que salía de los ojos de Valentina.  Sebastián suspiró, sonando como un hombre que se está rindiendo a algo que no le gustaba.

-Dame el nombre del club y del hombre.

-¿Para qué? ¿Qué vas a hacer?

Él no respondió, pero la mirada que había en sus ojos hizo que Valentina sintiera miedo. Sebastián estaba dispuesto a presentarse en el club para solucionar los problemas de ella, ya que no confiaba en que los solucionara por sí misma. Iba a ver el tipo de hombre con el que, de manera estúpida, se había enredado, el lugar donde trabajaba... La pobre opinión que ya tenía sobre ella iba a caer en picado.

-Venga Valentina. Me has dicho que no tienes deseos de volver a ver a ese hombre de nuevo. Demuéstramelo. Dame la información que necesito y yo me encargaré de todo. Eso, o no verás ni un solo dólar -añadió en voz muy suave.

AMANTES RENDIDOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora