Valentina saltó de la cama después de quitarse la bandeja del regazo. Pero, al ponerse de pie, se encontró débil como un gatito. Pensó que una ducha le sentaría bien y se dirigió a una puerta que parecía ser el cuarto de baño. Diez minutos más tarde, estaba de vuelta a la habitación, sintiéndose fresca, más alerta, envuelta en un albornoz blanco que había encontrado colgado en el cuarto de baño. Olía a Sebastián, pero ahora ella también olería a él, ya que había usado su jabón. Entonces se dio cuenta de que la cama en la que había estado durmiendo era la de Sebastián. Pero, si ella estaba en lo cierto, aquella no era la misma habitación a la que la había llevado antes. La otra habitación era más grande, más opulenta y cien mil veces más aterradora. Valentina no pudo evitar echarse a temblar al recordar por qué la habitación le había resultado aterradora. Sin embargo, enseguida se puso a pensar en el problema que tenía en aquel momento: no tenía ropa. Recordó la conversación con Sebastián: «No tenemos equipaje. No es necesario». ¿Significaba aquello que tenía la intención de retenerla hasta que hubiera logrado hacer del suyo un matrimonio real? Muy alarmada, empezó a abrir puertas y armarios. Esperaba encontrar las ropas de Sebastián, pero se sorprendió al no ver nada. En vez de eso, estaban llenos de las ropas de mujer más elegantes que había visto en toda su vida. Incluso durante el año que había durado su matrimonio, ella nunca había tenido nada parecido. Sin embargo, ella siempre había insistido en elegir sus ropas ella misma, negándose a que Sebastián gastara grandes sumas en ella. Sentía que no lo merecía. Así que, aunque se había visto obligada a aceptar ropas de diseño de vez en cuando, como el traje de Dior que se había puesto para ir a pedirle el dinero, la mayoría de sus ropas habían sido de buena calidad, pero no de diseño. Por supuesto, nada comparable a las prendas que contenían aquellos armarios. ¿A quién pertenecerían? ¿Acaso a su muy discreta amante? De nuevo se sintió a punto de vomitar. Lo único en lo que podía pensar era en salir de allí. Así que, con manos temblorosas, sacó un par de vaqueros y una camiseta blanca y se alegró al ver que todas las ropas tenían puestas las etiquetas, lo que significaba que eran nuevas. Le sentaban tan bien como si hubiesen sido compradas para ella, lo que le hizo sospechar que, si no pertenecían a una posible amante, las había comprado específicamente para ella. Ropas nuevas, vida nueva.
El pánico volvió a adueñarse de ella y se puso a buscar algo para calzarse. Encontró un par de mocasines de piel.
Por fin estuvo preparada para marcharse y salió del apartamento. Cuando llegó al ascensor, le llevó unos minutos convencerse para utilizarlo, ya que no tenía opción. Si no utilizaba el ascensor, tendría que quedarse allí, ya que no se veía la escalera por ningún lado. Por fin, armándose de valor, se decidió a entrar. . «Una mala experiencia en uno, no hace de todos los ascensores lugares horribles», se dijo. Sin embargo, mientras se obligaba a apretar el botón de llamada, deseó con todo su corazón que el ascensor no llegara. Pero los ruidos que venían de dentro resultaban inequívocos. Las puertas se abrieron y Valentina miró dentro, con mucha cautela. Respirando profundamente, se obligó a dar un paso al frente y apretó el botón. Cuando las puertas se cerraron, Valentina cerró los ojos y apretó los puños, mientras el corazón le latía a toda velocidad. ¿Por qué tendría que ser así? ¿Por qué tendría que tener un pánico constante a los ascensores o de un hombre que jamás le había levantado un dedo? Ella amaba a Sebastián. Él había movido el cielo y la tierra sólo para estar con ella. ¡No era justo! El ascensor se detuvo. Valentina abrió los ojos, pero de repente se había dado cuenta de que no podía hacerlo. No podía abandonarlo de aquella manera. Las puertas se abrieron y estaba a punto de apretar el botón de subida cuando...
-Vaya, vaya -dijo una voz en tono de mofa-. ¿Cómo es que esto no me sorprende?
Sebastián estaba apoyado junto al ascensor, y a pesar de que sonreía... Valentina pudo ver el fuego que le ardía en los ojos.
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AMANTES RENDIDOS
RomanceValentina Campbell adoraba a Sebastián Stan , pero sabía que nunca le podría dar lo que él realmente necesitaba. Así que decidió abandonarlo... Dos años después, no le quedó más elección que pedirle ayuda a Sebastián . Él accedió a dársela, pero c...