¡Oh! -suspiró Valentina, muy aliviada-. Eres tú.
-¿Quién más podría estar durmiendo contigo? -exclamó Sebastián, muy enfadado, tanto que ella se dio cuenta de que estaba respondiendo a su sorpresa, no a sus palabras.
-He tenido una pesadilla -explicó.
-¡Ah! -dijo él, sonando desconcertado por una vez-. ¿Estás bien? -añadió con voz más suave
Ella asintió con la cabeza, intentando no ahogarse con el aire que, según a ella le parecía, apestaba a cerveza y a sudor de hombre. Resultaba sorprendente cómo el subconsciente podía parecer tan real cuando tenía deseos de torturar la mente.
-No puedo quedarme aquí -dijo Valentina, levantándose de la cama para agarrar la bata.
Entonces salió corriendo de la habitación, sin ni siquiera preguntarse qué era lo que él estaba haciendo en su habitación. Todavía temblando, se dirigió al salón, descalza sobre el suelo de mosaico. El salón también estaba oscuro. A tientas buscó el interruptor de la luz y la habitación se iluminó desde varios puntos de luz colocados estratégicamente. Sin recobrar la calma, se dirigió a un sofá y se acurrucó en una esquina, esperando que el corazón dejara de latirle a toda velocidad. Sin embargo, la pesadilla no había sido de las peores. Al principio, después de que se decidiera a dejar a Sebastián y se fuera a vivir con Natalia, solía levantarse chillando tan histéricamente, que Natalia se llevaba unos sustos de muerte. Se dio cuenta de que lo mismo le había pasado a Sebastián. Entonces fue cuando empezó a darse cuenta de que él estaba en la misma cama que ella. En ese momento, Sebastián entró en el salón, vestido con una bata de algodón que resaltaba aún más su masculinidad.
-¿Qué te ha pasado? -preguntó, todavía algo somnoliento.
-Ya te lo dije. He tenido una pesadilla. ¿Qué estabas haciendo en mi cama? - quiso saber Valentina.
-Donde tú duermas, dormiré yo también -respondió él con sencillez, mientras se sentaba en un sillón enfrente de ella-. Es lo que hacen los maridos con sus esposas.
-Me dijiste que utilizarías la otra habitación -respondió ella, pensando que era imposible aplicar aquellas palabras a su matrimonio.
-Para ducharme -aclaró él, bostezando, de nuevo, a punto de quedarse de nuevo dormido, allí en el salón.
-¡Márchate Sebastián! -le espetó Valentina, más para despertarlo que para que realmente se marchara-. Estaré bien aquí sola.
Entonces ella frunció el ceño, ya que recordó que solía decirle a Natalia aquellas mismas palabras. Pero nunca estaba bien cuando se quedaba sola. Temblaba y temblaba, tanto como en aquel preciso instante, y la pobre Natalia la miraba sin saber qué hacer. «Natalia», pensó y suspiró pesadamente mientras cerraba pesadamente los ojos. ¿Por qué habrían tenido que pasar tantas cosas? ¿Por qué habría tenido Natalia que morir y acabar ella en aquel estado?
-Valentina...-
Déjame. Estaba pensando en Natalia...
Aunque aquellas palabras sonaron extrañas, Sebastián pareció comprender. Se levantó y se pasó una mano por el pelo.
-¿Te apetece tomar algo caliente? -dijo él con suavidad.
-Sí, gracias -respondió ella, tal vez porque era más fácil que decir que no.
Sebastián salió de la habitación y Valentina volvió a ponerse a pensar en Natalia. Recordó lo mucho que su pobre hermana se había preocupado sobre ella. La manera en la que había vivido, como un zombie, la manera en que le contestaba si le hacía alguna pregunta. Y el modo en que los sueños de Valentina las asustaban a las dos. Tanto que, al final, se vio obligada a darle a Natalia una explicación, ya que su hermana estaba dispuesta a echarle la culpa a Sebastián.
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AMANTES RENDIDOS
RomanceValentina Campbell adoraba a Sebastián Stan , pero sabía que nunca le podría dar lo que él realmente necesitaba. Así que decidió abandonarlo... Dos años después, no le quedó más elección que pedirle ayuda a Sebastián . Él accedió a dársela, pero c...