Capitulo 2

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Capítulo 2

El presentarse en las oficinas de Sebastián a la hora señalada le supuso a Valentina utilizar todo el coraje que tenía dentro, aunque, al menos, sabía que tenía buen aspecto. De hecho, había hecho un gran esfuerzo por tener el mejor aspecto posible.

Sebastián era rumano. El buen gusto, el estilo eran tan naturales para él como respirar. Valentina lo había visto pasearse por la casa con un par de pantalones cortos blancos sin planchar y una camiseta blanca que había encogido y, sin embargo, resultar increíblemente elegante. Valentina no pudo evitar esbozar una sonrisa al recordar que sólo lo había visto así una vez, durante su breve, pero desastroso, intento de vivir juntos. La mayoría de las mujeres hubieran encontrado una experiencia placentera el ver a sus hombres pasearse de aquella manera, pero a ella le producía tanto horror que la paralizaba.

¿Sexy? Sebastián tenía un aspecto muy sexy, con aquella piel tan blanca, las piernas musculosas, el pelo castaño despeinado y los ojos somnolientos, ya que había estado dormitando en el sofá, víctima de la diferencia horaria porque acababa de volver de una visita de negocios relámpago a América. El hecho de que no se hubiera afeitado no afectaba para nada su apostura. Valentina nunca había comprendido por qué reaccionaba de aquella manera a su sexualidad. Cuando lo conoció, se había enamorado de él a primera vista, y lo había deseado tanto que algunas veces no sabía cómo iba a poder superarlo si no hacían el amor. Pero, durante aquellos primeros meses de su relación, Sebastián había estado muy ocupado, lo mismo que ella, que además tenía que ocuparse de Natalia.

Decidieron que esperarían hasta que estuvieran casados, hasta que vivieran juntos y tuvieran tiempo y espacio para sumergirse en lo que llevaba tanto tiempo hirviendo entre ellos. Entonces, había ocurrido lo que Valentina no se atrevía a nombrar, y las cosas se habían enfriado entre ellos. Era culpa suya. Siempre le maravillaría todo el tiempo que Sebastián había soportado aquella situación. Lo único que ella le había dado a él había sido dolor, un dolor y una frustración que finalmente habían acabado por influir en su trabajo.

Sebastián era Banquero, un especulador que invertía en los proyectos de los demás. Era joven, con éxito, un hombre con una confianza tremenda en sí mismo, que se había convertido en lo que era gracias a su sentido común. Casarse con ella había afectado a ese sentido común. Dos malas inversiones casi lo habían arruinado.

-Esto no puede continuar así -le dijo-. Me estás quitando todo lo que necesito para sobrevivir. -Lo sé -afirmó ella trágicamente-. Y lo siento... lo siento tanto...

Marcharse no le había resultado muy difícil a Valentina. Lo había hecho por él, y por ella, y había descubierto la paz en la pérdida de aquella tensión que había sido su constante compañía. Esperaba que Sebastián también hubiese encontrado aquella paz.

Y así debía haber sido, ya que había visto su nombre en los periódicos en artículos que alababan su habilidad para reconocer una buena inversión. Para Sebastián, ella había sido como un virus, corrompiendo todo lo que él necesitaba para funcionar con la confianza de un ser humano normal. Por eso, Valentina intentaría que la visita fuera breve y amistosa, se dijo, mientras atravesaba las puertas que albergaban el imperio Stan.

Le explicaría lo que ella quisiera, conseguiría la respuesta de Sebastián, y saldría de allí antes de que pudiera empezar a hacerle daño de nuevo. Y no le pondría en evidencia presentándose mal vestida. Por eso se había puesto el único traje decente que tenía, el único que había salvado de la limpieza que había hecho de todo lo que la unía a Sebastián. El traje, de lana negra con el diseño clásico de Dior, le quedaba ahora un poco grande, ya que había perdido bastante peso en los últimos dos años. Pero había logrado ocultarlo bajo el elegante impermeable que se había puesto a causa de la lluvia. Por consiguiente, se sentía lo suficientemente bien vestida como para atravesar aquellas puertas sin sentirse fuera de lugar. El vestíbulo estaba extraordinariamente concurrido, y Valentina se detuvo, preguntándose lo que debía hacer, demasiado preocupada para notar las numerosas miradas masculinas que contemplaban su figura baja, muy esbelta, de suave piel, ojos cafés muy profundos y el pelo castaño y liso, que relucía bajo las potentes luces del vestíbulo. Valentina era muy hermosa. Un hombre como Sebastián Stan no le habría prestado atención si no hubiese sido tan hermosa que hiciera a todo el mundo volver la cabeza al pasar. Sin embargo, Valentina nunca había sido consciente de su belleza. Incluso en aquel momento, mientras Sebastián Stan permanecía de pie al lado de los ascensores y era testigo del efecto que Valentina estaba causando entre su personal masculino, él pudo comprobar que ella era inconsciente del efecto que causaba en aquellos hombres. Sólo miraba de forma nerviosa de un lado a otro.

AMANTES RENDIDOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora