Capitulo 9

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Fintesti está casi llegando a Constanza. Era una zona de impresionante belleza, con fértiles tierras que se extendían por las suaves colinas, cubiertas de viñedos y de bosques. Pequeñas ciudades, absolutamente encantadoras, se erguían sobre colinas que parecían haber salido de ninguna parte. Sin embargo, por muy pintoresco que fuese todo aquello, era tan absurdamente rural que a Valentina le parecía imposible que le hubiese llamado la atención a Sebastián, que se sentía mucho más atraído por las grandes ciudades.

La finca está al otro lado de la colina -le dijo Sebastián-. Mira ahora.

La mirada de Valentina le descubrió un impresionante valle, y ésta se quedó con la boca abierta. A pesar de lo que había decidido, no pudo dejar de exclamar:

-¡Sebastián! ¡Esto es una maravilla! ¿Cuánto de todo esto te pertenece?

-Nos pertenece -le corrigió él-. Hasta donde alcanza la vista.

Valentina lanzó un gemido de placer. Sebastián giró el coche y lo hizo pasar entre las viñas. Era una vereda privada, alineada por altos cipreses que los condujeron hasta una hermosa casa, que Valentina inmediatamente reconoció como la que había visto en el folleto. A medida que se iban acercando a la casa, las viñas fueron dejando paso a huertos de árboles frutales y por último unos jardines hermosísimos. Valentina le pareció el lugar más hermoso que había visto en su vida. La casa parecía llevar allí una eternidad, con el tejado cubierto de ladrillos rojos y las paredes amarilleando a la luz del sol. Sebastián paró el coche justo delante de la casa. A un lado estaba lo que a Valentina le parecieron los establos. Detrás había unos altos cipreses, que parecían ser la línea divisoria entre la casa y las dependencias de trabajo. Valentina saltó del coche y se quedó mirándolo todo, tan ensimismada que le resultó muy difícil mantener la indiferencia que tenía planeada.

-Bueno -dijo Sebastián desde el otro lado del coche-. ¿Qué piensas?

¿Pensar? Le resultaba imposible pensar. Aquel lugar era demasiado encantador como para ser capaz de pensar. Pero sí que podía sentir muchas cosas: placer, sorpresa, y, sobre todo, un fuerte anhelo de pertenecerle a aquel lugar.

-¿Quién en sus cabales se querría deshacer de esto? -preguntó ella.

-La hija del dueño se casó con un viticultor californiano -le explicó Sebastián-. Los padres querían estar cerca de ella, así que pusieron este lugar a la venta y se mudaron a California. Una decisión sabia, ya que, por mucho que este lugar parezca perfecto, necesita una fuerte inversión que modernice la producción de Vino y su procesamiento si quiere estar a la altura de los del Nuevo Mundo.

-¿Y a ti te atrajo la idea de aceptar ese desafío? -preguntó Valentina, entendiendo por fin la razón de aquella compra, tras haber visto que sería una buena inversión.

Sin embargo, él la dejó petrificada con su respuesta.

-No compré este lugar por el desafío que supone. Lo compré para ti.

-¿Por qué para mí? -preguntó ella llena de sorpresa.

-Vamos -dijo él, sin contestar a su pregunta-. Inspeccionemos la casa primero.

Sebastián se dirigió a grandes pasos hacia la casa, seguido por Valentina, que se movía más despacio. Ella estaba intentando sobreponerse a la confusión que parecía haberse adueñado de ella, ya que nunca había deseado vivir en un sitio tanto como en aquella casa. ¿A qué estaba jugando Sebastián? Entonces recordó lo que él había dicho sobre la compensación mientras lo seguía por un vestíbulo enorme, oscurecido por las persianas que cubrían las ventanas.

AMANTES RENDIDOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora