Capitulo 5

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Capítulo 5

Volaron de los grises cielos de Londres a los azules cielos de Rumania. Valentina casi no habló, y apenas prestó atención a lo que ocurría a su alrededor. Se sentía emocionalmente atrapada, sin salida, sin esperanza de poder escapar del control de Sebastián. Le había cambiado la vida en unas pocas horas. Se había encargado de Pierce, le había vaciado el piso y había cancelado el contrato, y había organizado todo para que se marcharan los dos a Bucarest. Había que reconocer que tenía sus méritos.

Valentina siempre había sabido que era un hombre muy eficiente y testarudo. Además, sabía perseguir lo que quería. Los cimientos de su brillante carrera como hombre de negocios se asentaban en su deseo inquebrantable de tener éxito. Pero Valentina no creía que fuera un suicida. No se podía hacer a la idea de que Sebastián estuviese lo suficientemente loco como para intentar tener una vida marital con ella de nuevo. Sin embargo, cada vez que ella reunía el valor para intentar hacerle razonar, él parecía presentir lo que le iba a decir y tomaba su mano entre las suyas y se la llevaba a los labios, para después seguir leyendo el periódico. Cuando Sebastián notaba que había ganado la partida, le soltaba la mano. Era implacable cuando se decidía a hacer algo, y en aquellos momentos, lo que había decidido era recuperar a su mujer y hacer un éxito de lo que había sido un fallido matrimonio.

-Sebastián... -empezó ella, capaz por fin de pronunciar su nombre antes de que él le agarrara la mano.

-Ahora no -dijo él, sin apartar la vista de sus preciados periódicos-. Me gusta que estemos solos cuando tenemos algo de lo que hablar. Espera hasta que lleguemos a casa.

A casa. Valentina suspiró y se soltó la mano. Sentía los nervios a flor de piel, cosa que no le estaba permitida porque a Sebastián no le gustaba que pareciera agitada. Ni las escenas en público. El apartamento de Bucarest siempre le traía los peores recuerdos. Se sentía enferma sólo con pensar en él. Cuánto más se acercaban, peor se sentía.

Tanto que, cuando se bajaron del avión y se montaron en el Ferrari negro que les estaba esperando a su llegada, Valentina estaba pálida como la muerte y tenía una mirada que reflejaba la angustia que la estaba corroyendo por dentro. Sebastián lo ignoró, por supuesto, pensó Valentina cuando se sentó a su lado en el coche. Él ya había tomado una decisión, y no le importaba lo que aquello le estuviese haciendo a ella. Sólo sabía que estaba decidido a hacerlo.

Te odio -susurró ella, mientras se paraban en el bullicioso tráfico de Bucarest.

Por supuesto, Sebastián no le prestó atención tampoco, prefiriendo encender la radio del coche. La música del Réquiem de Verdi resonó por los altavoces del coche. Parecía una música tan adecuada que Valentina se sorprendió cuando él conectó el compact-disc para sustituirlo por música de Mozart. Sebastián aparcó el coche en una calle cercana al elegante bloque de apartamentos. Apagó el motor del coche, se bajó y fue raudo a abrirle la puerta a Valentina. Ésta estaba en un estado de aturdimiento total. Sebastián le desabrochó el cinturón de seguridad y le agarró la muñeca para ayudarla a salir del coche. Valentina se negó a mirarlo, pero pudo sentir la decisión de sus actos mientras cerraba la puerta y echaba la llave.

Y allí estaba. Las antiguas paredes ocres de un edificio del siglo diecisiete que había sido antes un hermoso palacio, que había sido convertido en tres apartamentos de lujo. Sebastián era dueño del último. Su banco era dueño del edificio entero, pero, por supuesto, el presidente se había reservado el ático, lo que significaba que había que subir en ascensor. La mano de Sebastián paso de la muñeca a la cintura y Valentina sintió que un escalofrío le recorría la espalda.

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