PRÓLOGO

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El piso tiembla. Las ventanas crujen y a lo lejos se escucha el grito de una mujer: ¡Afuera todos, solo es un temblor!

La mujer sacudió a su marido que seguía profundamente dormido, y se sentó a los pies de la cama. Cerró los ojos con fuerza impidiendo que las lágrimas recorrieran su rostro. Sabía que el día que había esperado desde que su hija, Lara, había nacido, había llegado. Habían tenido doce años para prepararse, y, aun así, nunca estaría lista. Había tratado por todos los medios de mantener a su familia alejada, pero sabía que había renunciado a esa posibilidad 20 años atrás, cuando decidió casarse con Charlie.

-Jen, cariño...- susurró una voz que hizo que la mujer diera un respingo. Se dio la vuelta lentamente y observó durante unos segundos los ojos llorosos de su marido.

-Ya lo sé...- dijo con un hilo de voz. Se levantó de la cama decidida, se puso unos zapatos de levantar y se dirigió al dormitorio de su hija. Su única hija.

El temblor no cesaba. Era cada vez más fuerte. La mujer recorrió el largo pasillo afirmándose de las añejas paredes de madera, las cuales no dejaban de crujir y de hacer un sonido que hacían que a la mujer le dolieran cada vez más los dientes. Al llegar a la primera puerta a la izquierda junto al baño, la mujer se apresura a abrirla con temor a que se podría encontrar tras ellas. La abre y suelta un suspiro aliviada. Todo estaba tal cual lo había dejado la noche anterior cuando le había dado el beso de las buenas noches a su hija. Los posters de caballos y de famosos científicos descansaban tras una pequeña cama donde dos grandes y verdes ojos miraban fijamente a la mujer.

-Mamá- susurró la chica abrazando a Sparkie. Un pequeño Beagle que temblaba de pies a cabeza- ¿Qué ocurre?

La mujer la miró sabiendo que sería la última vez que vería el rostro de su hija.

-Levántate Lara- le ordenó la mujer- rápido.
Lara obedeció y se levantó tan rápido de la cama que por un momento se mareó y vio todo negro. Cerró los ojos con fuerza y agarró la mano que su madre le tendía.

-Coge tu mochila Lara, la necesitarás.

Lara obedeció desconcertada, y madre e hija se dirigieron rápidamente a la salida, con Sparkie pisándoles los talones. En la puerta estaba Charlie, el padre de Lara, esperándolas para salir. Tenía los ojos enrojecidos igual que la madre de Lara, lo que hizo que la niña también se echara a llorar, a pesar de no saber que ocurría.

Salieron por la puerta de entrada donde inmediatamente el frío de una noche en San Diego golpeó el cuerpo de la niña, haciendo que esta se estremeciera aún más. Al poner los pies sobre la hierba mojada todo se detuvo. Sparkie no dejaba de ladrar y gruñir en dirección a la casa, la cual seguía temblando. No era un temblor, la casa se sacudía por sí sola, como si tuviera vida propia.

Lara agarraba fuertemente las manos de sus padres cuando de repente a sus espaldas se oye un estruendo ensordecedor, parecido al de una explosión. Unos segundos más tarde la casa en la cual había vivido toda su vida, se desmoronaba ante sus ojos. Su primera reacción fue gritar corriendo a abrazar a su padre, esperanzada de que sus fuertes brazos hicieran desaparecer el dolor. Escondió la cara en su pecho y permaneció ahí hasta que terminara aquella pesadilla.

Cuando todo quedó nuevamente en silencio levantó lentamente la cara temerosa a que podía encontrarse. Con horror vio como solo quedan escombros a lo que antes era su casa. El corazón le latía tan deprisa que sentía que en cualquier minuto le explotaría. Todos sus recuerdos habían quedado reducidos a cenizas. Le dio la espalda a su casa, o a lo que quedaba de ella, y observó a sus padres. El hombre tenía la vista clavada en el pequeño bosque que daba a la casa, mientras la mujer miraba fijamente hacía el cielo. Ambos parecían tan serenos que a Lara le vino un escalofrío que recorrió su espalda como un balde de agua fría.

- ¿Qué... qué ocurre? - logró articular Lara con la voz quebrada.

-Pase lo que pase- empezó su padre mirándola con dulzura- quiero que sepas que te queremos mucho y que nunca te olvidaremos.

Las lágrimas le nublaron la vista rápidamente y la cabeza le empezó a dar vueltas. Se estaban despidiendo, y no de la casa, si no que de ella.

-Lamento que te enteres así Lara, pero no teníamos opción- dijo la mujer acercándose a Lara y besándole fuertemente la frente. Cogió la mano de su padre y ambos esperaron en silencio. Lara miraba a sus padres como si no comprendiera sus palabras.

Se produjo otro estruendo, más fuerte que el anterior. Como si esta vez un edificio se hubiera derrumbado en vez de una casa. Lara se tapó fuertemente los oídos y escrutó la oscuridad para encontrar la fuente de aquel estallido. La niña observó la fuerza con que su madre se aferraba a la mano de su padre y la ternura con que este la miraba la devuelta.
De repente Sparkie dejó de ladrar y se produjo un silencio escalofriante, en el que solo se escuchaba su respiración entrecortada y los jadeos del perro. Los padres de Lara seguían impávidos.

En ese instante, en el linde del bosque aparecen cuatro grandes figuras con capuchas negras que no dejaban entre ver sus rostros. Debían de medir unos dos metros de altura, y se deslizaban por el suelo como si no tuvieran pies. Lara quiso gritarles a sus padres que corrieran a esconderse, pero lo único que salió de su boca fue un chillido agudo. Los padres de Lara no tenían intención de esconderse, si no que miraban las figuras con los ojos como platos. Una de las figuras, la más alta y aterradora, se adelantó por el patio de la casa mientras las otras tres se quedaron junto al linde, expectantes. El encapuchado sin rostro se acercó al padre de Lara, el cual a su vez extendió sus brazos ante la figura, como si lo hubiera estado esperando toda su vida. Sin previo aviso la figura hundió su larga y esquelética mano en el pecho del hombre hasta atravesarlo completamente para luego volver a salir con el corazón de su padre entre sus manos. El hombre le sonrió a Lara con un hilo de sangre en la boca y se desplomó con un ruido sordo sobre la hierba mojada. Lara aguantó la respiración horrorizada y corrió a abrazar el cuerpo inerte de su padre.

La figura que aún mantenía el corazón entre sus manos, lo arrojó al césped como si fuera una bola de papel, para luego girar su escalofriante cuerpo hacia la madre de Lara. Sabía lo que se avecinaba, y no podía hacer nada por evitarlo. La mujer recibió al encapuchado como un viejo amigo, le sonrió por última vez a su hija y le gritó con voz clara: ¡Corre!

Lara GreenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora