LOS TURNER

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A primera hora del día siguiente, Lara ya estaba despierta. Puso alarma porque sabía que era capaz de quedarse durmiendo hasta el mediodía. Llevaba una semana sin tener pesadillas, no sabía a qué se debía, pero tampoco se quejaba.

Desde la cocina le llegó el aroma a pan caliente. Se levantó dando un salto y vio todo negro. Tenía que dejar de hacer eso, o un día de estos terminaría por desmayarse.

En la cocina estaba puesta la mesa para dos personas, había una panera con pan caliente y una paila de huevo. Killian estaba sirviendo dos tazas de café. 

-Buenos días – lo saludó Lara.

Killian se sobresaltó derramando un poco de café sobre su mano.

-Buenos días – respondió limpiándose la mano con una servilleta.

-Te sienta bien esto de sentirte culpable por romper tu promesa- dijo Lara sentándose en la mesa de diario. Killian nunca le había preparado el desayuno.

- Ja, ja, ja. Mira cómo me río. Sabes que no podrás usar polera roñosa en Maycastel ¿no? - contraataco apuntando mi polera de girasol.

No lo había pensado. Seguro le harían usar un estúpido uniforme y tendría que desprenderse de la camiseta de su madre.

-La usaré bajo el uniforme.

Killian puso los ojos en blancos y se resignó a sentarse en la mesa frente a Lara. Le acercó una taza de café, y ambos se dispusieron a desayunar en silencio.

Lara se terminó su tostada y sintió que unas patas se posaban sobre su regazo. Miró a Sparkie y le dio un pedazo de pan por debajo de la mesa sin que Killian la viera.

- ¿Qué pasará con Sparkie? – preguntó acariciando al perro.

-No aceptan animales en Maycastel, me imagino que yo tendré que cuidar de él- dijo mirando al perro de reojo.

Lara asintió contrariada. Sparkie era lo único que la aferraba a la vida de San Diego. Se levantó de la mesa y se dispuso a recoger la mesa tarareando una canción mientras su tío tomaba el periódico para leerlo.

Una vez ordenado, Lara se marchó en dirección al baño para tomar una ducha. Pasaba horas bajo el chorro de agua y eso exasperaba a Killian, pero como era su penúltimo día con ella, no se lo reprochó.

Salió como nueva de la ducha. Llevaba unos vaqueros negros apretados y una camiseta ancha y blanca. No se puso la camiseta de girasol solo porque ya le estaba empezando a salir mal olor, y debía lavarla antes del inicio de Maycastel.

Repasó las cosas que podía hacer, pasear a Sparkie, escribir en su libreta, leer la carta. Descartó inmediatamente la última y se acordó de que, en el segundo piso, en la habitación contigua de Killian, había un piano.

Subió corriendo los escalones, pasó frente a la habitación de Killian, que estaba cerrada, y llegó a su destino. Abrió la puerta haciendo un chillido y observó la habitación. Estaba llena de polvo como si no se hubiera ocupado durante años. El piano se encontraba junto a un pequeño armario, ambos frente a una ventana que daba al colorido jardín. Lara cruzó la distancia que los separaba y se sentó frente al piano.

En San Diego había tenido clases de piano, pero hacía ya tres años que no tocaba. Acarició las teclas y observó que el piano estaba igual de oxidado que ella. Lo afinó lo más que pudo y comenzó a tocar.

Lara tocó Nuvole Bianche de Ludovico Einaudi, Amelie de Yann Tiersen, e incluso una canción inventada por su propio padre, que tituló cómo Colour Me In. Ya le estaban empezando a doler los dedos, cuando a la mitad de una canción se acordó de algo que había dicho Alex: "Así que es verdad que tendremos otra Green en Maycastel". La única persona que se le ocurría era su abuela Beatrice, pero ella había muerto muchos años atrás. No creía que Alex estuviera hablando de ella.

Lara GreenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora