EL PADRE DE ALEX

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Lara estuvo toda la noche dando vueltas en la cama; el viento rodeaba el edificio y salpicaba las ventanas con piedrecitas. Se despertó varias veces con el ruido de los árboles, que crujían con el viento. Cada pequeño ruido, ya fueran las ventanas que vibraban o los resortes de su colchón, hacía que Lara se despertara sobresaltada.

A eso de las siete de la mañana se dio por vencida, se levantó y caminó por el pasillo rumbo a la ducha. Después se puso a ordenar su ropa en el armario. Las chicas le habían dejado los dos cajones más altos, y Lara debía ponerse de puntillas para alcanzarlos. Estaba doblando su camisa de girasol cuando sonó la alarma.

Lara se sorprendió con la facilidad que salían de la cama. Hacía falta una grúa para sacarla a ella. Mientras esperaba a que todas estuvieran listas para ir a desayunar, se dedicó a leer su libro.

En el comedor había mucho ruido esa mañana. Lara, Seth y Lea estaban sentados juntos, cerca de la ventana. Lara estaba repasando los deberes de Seth sobre Matemáticas. Seth le pedía que se los revisara y le explicara las alternativas correctas, pero esta nunca le dejaba copiarlos.

Lara se sentía muy inquieta. Quizás era porque no había dormido bien, o porque volvió a soñar con su madre. Pero lo que más tenía inquieta a Lara, era la posibilidad de que su pareja de entrenamiento estuviera de alguna forma relacionada con los seres que mataron a sus padres.

-Tienes un aspecto terrible – le dijo Lea.

-Gracias.

-Tienes que comer algo.

- No tengo hambre.

-Aunque sea un pedazo de tostada – suplicó Lea.

Lara se mala gana le dio un mordisco a su tostada, solo para que Lea se callase. Se sentía muy mal. En cualquier momento se echaría a vomitar, y la tostada no estaba ayudando. Se puso de pie y dijo a Lea y Seth que le preguntaría al director si podía cambiarla de pareja.

-Yo no lo haría – dijo Lea.

- ¿Por qué no?

- Porque si te pregunta por qué quieres cambiarla, ¿Qué le dirás?

-Pues la verdad.

Seth y Lea intercambiaron miradas nerviosas, pero Lara pensaba que, si le decía al director que Alex estaba involucrado en el lado incorrecto, le echaría un ojo.

Subió al despacho del director Williams. Al otro lado de la puerta se escuchaban más voces, el director no estaba solo. Llamó a la puerta y las voces cesaron de inmediato. Se escucharon unos pasos y de pronto se abrió la puerta.

- ¡Larissa! – exclamó el director Williams - ¿Qué te trae por aquí?

-Buenos días, profesor – lo saludó desde el pasillo – Quería pedirle un pequeño favor.

El profesor abrió los ojos e hizo un ademán para que entrara.

El despacho del director tenía la forma de una U, con un techo que terminaba en punta, como si la hubieran construido dentro de una torre. Las paredes estaban cubiertas de libros, y los estantes eran tan altos que largas escalas colocadas sobre ruedecitas estaban dispuestas a lo largo de ellos a intervalos. Tampoco se trataba de libros corrientes; aquellos eran libros encuadernados en piel y terciopelo, con cerraduras de aspecto sólido y bisagras hechas de latón y plata. Sus lomos estaban tachonados de gemas, que brillaban débilmente, e iluminados con letras doradas. Parecían desgastados de un modo que dejaba claro que aquellos libros no solo eran antiguos, sino que se usaban con frecuencia, y que habían sido amados.

El suelo era de madera reluciente, con incrustaciones de pedacitos de cristal y mármol. En el centro de la habitación había un magnífico escritorio. Estaba tallado a partir de una única tabla de madera, un gran y pesado trozo de roble que relucía con el apagado brillo de los años.

Lara GreenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora