CAPÍTULO 1

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Amándose de la poca paciencia que le quedaba, Aranza Cardozo intentó desenroscar con todo el cuidado que fue capaz el mechón de cabello pelirrojo, que había quedado atascado en uno de los tantos árboles del bosque. Para su mala suerte, que este fuera rizado no era de ayuda, como tampoco el hecho de que estuviera exasperada, cansada, y a punto de regresar por donde había venido aunque eso significase perder la apuesta y así, el respeto de las pocas amistades que había conseguido en ese tonto pueblo al que sus padres la habían enviado.

Para considerarse una persona que solía usar el sentido común, tenía que admitir que aceptar esa apuesta fue la cosa más estúpida que pudo habérsele cruzado por la cabeza. Sus padres dudarían de su capacidad mental si se enteraban que iba en busca de una cueva encantada, donde supuestamente habitaban hombres y mujeres perfectos que satisfacían las expectativas de todo ser humano con un mínimo de romance en las venas.

¿Sonaba estúpido? Sí, era consciente de ello. De hecho, ella misma seo había reído de la persona que le había contado la historia hace dos años cuando llegó ahí, aunque no tardó en descubrir que en ese pueblo las supersticiones y leyendas eran tomadas muy en cuenta; y sus padres pudieron habérselo advertido cuando tan amablemente le notificaron que le habían matriculado en la universidad del lugar y no le dieron derecho a protestar, al menos claro, que quisiera ser echada a la calle sin un centavo mientras averiguaba como arreglarse la vida.

No podía decir que sus padres la odiasen, al contrario, deseaban lo mejor para ella, pero tampoco, que privar a una joven de 18 años de todas las comodidades y ventajas de la ciudad solo por mandarla a la universidad más antigua del país fuera una decisión del todo acertada. Puede que la universidad fuera muy buena, puede que tuviera renombre, pero no eran muchos los que querían irse a vivir a un pueblo dejado de la mano de Dios cuando fácilmente podían estudiar en cualquier otra universidad del país. Aranza pensaba que al genio que se le ocurrió ubicar el centro de estudios en ese lugar principalmente rodeado de bosques no era muy inteligente, al menos claro, que antes hubiera tenido más activad que ahora. Ella había escuchado que la Universidad San Francisco, no siempre fue así, que antes había sido un lugar tan concurrido como la capital misma, pero por algún motivo que desconocía, ya no lo era, y solo aquellos que no les importaba estar inconformes con su vida, o como ella, que no les quedó de otra, iban ahí.

Una vez consiguió liberar su cabello, prosiguió su camino y sacó de su mochila un sándwich que se había preparado para el viaje. La cueva estaba ubicada unos metros más adelante. Solo tenía que encontrarla, entrar, grabarse mientras la recorría, y luego regresar y demostrarle a todos que dentro no había ninguna criatura que representara al amor de su vida.

Hace aproximadamente un año, cuando terminó con su ex, Aranza había descubierto que o bien el hombre de su vida no había nacido, o simplemente estaba perdido en la otra punta del mundo y ella aún no lo hallaba. Por eso no le daba miedo entrar a la bendita cueva, no creía que su vida amorosa fuera a ir peor solo por ello. Hasta ahora, con sus veinte años de vida, podía afirmar ser la persona con peor suerte en el mundo en lo que a temas amorosos respectaba. Desde los quince años no había hecho más que tener infortunios al respecto. Su primer novio le puso los cuernos con una chica que le caía mal, el chico que le gustó después de eso resultó que se iba a meter a cura. Conoció a alguien a los dieciocho por una página de citas y este había resultado ser la persona más torpe y nerviosa que hubiese en el planeta, tanto que terminó regresando a casa con el vestido manchado de comida. Y por último, como olvidar a Dominic, que había conocido en ese mismo pueblo y que después de cuatro meses de relación, lo encontró en su casa con un hombre. Si eso no era mala suerte, que alguien le diera una definición diferente a la que conocía porque entonces no sabía que era. Lo peor: como San Francisco, era pequeño tenía que ver a Dominic pasarse con su pareja muy seguido.

¡Maldito amor! Historias de amor y maldición. (AG)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora