CAPÍTULO 3

67 17 0
                                    

Marissa salió casi corriendo del ascensor, no le importó las miradas que todos le dirigían, ni se molestó en ocultar su llanto.

Tontamente había creído que todo estaba bien entre ellos, y, sin embargo, le había vuelto a ser infiel. Y no con cualquiera, no. Con una mujerzuela que se decía su amiga.

— ¿Qué te pasa Marissa? ¿Por qué lloras? —preguntó Cristina muy preocupada

—Vámonos de aquí, por favor te lo imploro, vámonos.

Cristina no necesitó saber más, la tomó de la mano y salieron, del edificio. Se subieron al primer taxi que pasó por la calle. Cuando el vehículo arrancó, la voz de Raúl sonó a lo lejos suplicando que lo escuchara.

Marissa rompió en llanto y el pobre anciano que conducía el taxi también sintió que el corazón se le oprimía. El dolor de Marissa era contagioso y palpable.

—Todo va a estar bien Issa —le prometió Cristina.

El buen taxista tuvo el detalle de darle unos pañuelos que le sirvieron hasta que llegaron a la casa.

El silencio reinaba, y Marissa por primera vez vio que no era un hogar, era una gran casa en la que vivía. Se sentía tan tétrica y vacía como su alma.

—¿Ahora si me dirás que fue lo que pasó Marissa?

—Raúl —dijo en un susurro —, él y esa mujerzuela que se dijo mi amiga...

—¡Oh Issa! Lo siento tanto, yo no tenía idea, esa tipeja nos engañó a ambas, de verdad creí que sus intenciones eran sinceras.

—Eso ya no importa. Por favor, ayúdame.

—Claro, ¿a qué?

—Sígueme.

Marissa subió todo lo rápido que su estado le permitió y empezó a sacar del clóset las cosas de su todavía marido. Agarró sus camisolas e implementos deportivos favoritos y las arrojó por la ventana que daba al jardín.

—Marissa, ¿qué haces?

—Quemar todo lo que estoy sintiendo ahora mismo.

No esperó replicas y se fue con esas cosas que a su marido le importaban tanto. Pasó por la cocina y sacó un envase con gas y unos fósforos. En el centro del jardín puso las pertenencias de su marido y las roseó de gas y les prendió fuego. Una inmensa hoguera se encendió frente a ella y Cristina corrió a toda prisa cuando vio el humo.

—¡Dios santo Marissa! ¿Qué estás haciendo?

—Lo que te dije, no quiero volver a ver a ese malnacido vividor cerca de mí.

—Issa, creo que estás exagerando, no es para tanto. Puedes provocar una desgracia.

No esperó que le respondiera nada, fue por una cubeta de agua y la dejó caer sobre la ropa que se quemaba.

—¿Por qué lo hiciste?

—Por qué no voy a dejar que cometas otra locura, por Dios Marissa, reacciona —pidió sacudiéndola por los hombros —estás embarazada, todo esto te va a hacer daño. Piensa en tu hija, piensa en Nora. Ahora ella te necesita, nos necesita más fuertes que nunca.

Marissa no dijo nada más y abrazó a su hermana, solo necesitaba sentirse querida de verdad para que la tristeza no la consumiera. Para eso no había nadie mejor que su hermanita querida.

Cristina la obligó a comer, y a darse un baño después le puso un camisón. Podía hacer con ella lo que quisiera, no ponía resistencia alguna a nada, parecía una muñeca sin vida.

¡Maldito amor! Historias de amor y maldición. (AG)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora