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La luz matinal entró por aquella nostálgica ventana, anunciando que ya era de mañana.
Noruega dio un par de vueltas en la cama antes de abrir los ojos e inmediatamente cubrirlos con sus manos para evitar el deslumbramiento; se sentó sobre la orilla contraria de la cama y contempló la sombra que ante él se formaba.
Pensó que en realidad no tenía ningún motivo para levantarse en ese día, todo le parecía incierto, bien podía quedarse recostado en su cama durante todo el día. Pero luego pensó que quizá eso sólo aumentaría aún más su miseria, y que él no podía ser tan débil como para permitirlo.

Se puso en pie y caminó a la cocina, donde tomó el desayuno sin mucho apetito.
Tomó un libro del estante sobre la sala y se sentó en uno de los sofás dobles. Hojeó aquel libro tratando de hallar algo para distraerse; generalmente cuando estaba decaído tomaba ese libro en especial y lo leía, su infantilidad lo tranquilizaba y lo dejaba escapar de la realidad por unos segundos. Sin embargo, esta ocasión no conseguía concentrarse en el escrito, quizá porque ya lo había leído miles de veces, o quizá estaba demasiado deprimido.
Optó por aceptar la primera opción, así que se levantó de su sitio y buscó entre los otros libros. La mayoría eran relatos folclóricos de su nación, pero hubo un lomo que destacó de los demás: era café claro, de cuero, y estaba algo lleno de polvo.

Noruega creyó que debía ser un libro que no leía hace mucho tiempo. Lo tomó sin ver el título, regresó a su asiento y comenzó a leerlo.
Estaba escrito en un idioma que no usaban desde las épocas vikingas, lo recordaba con claridad, y la forma de escritura era una variante dialectal; no era la suya, pero se le asemejaba.
Conformé avanzó en la lectura de los párrafos, encontró fechas históricas, culturas extintas y nombres de personajes importantes.
Fue en eso, cuando leyó aquella línea:

I 980 forenede Harald Blåtand Danmark.

Noruega cerró de inmediato el libro. Tenía una idea de cuál se trataba, pero para estar seguro, observó con detenimiento la portada.
Sí, era lo que sospechó, las letras grabadas de aquel idioma antiguo no mentían; lo que estaba leyendo era una biografía, la biografía de Dinamarca.
Había olvidado por completo que ese libro existía, y peor, que él tenía uno... Aunque, él no era quien lo tenía.

Se levantó del sofá y casi corriendo fue hacia el estante de donde había sacado ese libro. Junto al espacio vacío, habían otros cuatro libros. Noruega los tomó todos al mismo tiempo y los llevó a la sala, donde los colocó en fila sobre la mesa de centro.

Saga Íslands
Suomen historia
Sveriges historia
Norges historie

Eran los títulos de cada uno de los libros. Noruega colocó junto a los demás, el quinto libro.

Danmarks historie.

Recordó entonces que esos libros eran los mismos que alguna vez, hace mucho tiempo, había visto en casa de Dinamarca. Seguro que él los había dejado allí la noche que entró a su casa.

—Anko...— murmuró para sí.

La verdad era que no entendía por qué le había dejado todos los escritos a él; era algo que Dinamarca atesoraba mucho, decía que en ellos estaban las épocas felices que alguna vez vivieron, y sabía muy bien que era algo que no se lo daría a cualquiera.
Noruega tomó los cinco libros con sumo cuidado y los colocó en el mismo lugar de donde los había sacado.
Observó por un instante los lomos de aquellos escritos; una sensación de vacío invadió su pecho abarcando su estómago.
Pensó entonces que quizá si salía a caminar podría calmarse.

Aún estaba vestido, pero no se tomó la molestia de arreglarse el cabello. Tomó la capucha azul eléctrico que estaba colgado sobre una silla del comedor salió de casa.
Comenzó a caminar sin rumbo, hundiendo con descuido las botas en la nieve blanca; siguió caminando hasta llegar al sur, cosa que de haber sido un ser humano le habría tomado días en vez de horas. De vez en cuando alzaba la mirada al cielo, como aguardando por un milagro, o simplemente esperando de manera absurda y sin muchas expectativas a que el deseo en el que había puesto cierta fe la noche anterior se hiciera realidad.

Llegó un punto en que el terreno salvaje cesó dando paso a un ambiente un poco más urbano. Sus pies ahora pasaban por concreto; podía escuchar a lo lejos las bocinas de los autos. De repente se encontraba caminando por una carretera, que pronto se volvió un puente. De inmediato supo dónde estaba; recordó entonces que en algún momento, Dinamarca le había propuesto a Suecia que sería una gran idea construir alguna clase de puente que los uniera, para así estar más cerca.

Noruega sintió cierta nostalgia y melancolía a la vez, le causaba lástima el que Dinamarca no hubiera podido ver que en verdad Suecia se había tomado la molestia de construirlo, que incluso Alemania había decidido ayudar.

Los autos pasaban junto a él, y no faltaba el conductor que le dirigía una mirada de extrañeza.
En poco tiempo, ya había llegado de nuevo a tierra firme.
La nieve era muy dispersa en esa área. Hacía mucho que Noruega no visitaba esas tierras, no se había atrevido desde que Finlandia le describió la situación del lugar. Pero ya era tiempo de hacerlo; cada cosa que veía a su alrededor le hacía pensar en Dinamarca, su recuerdo era inevitable, así que si así iba a ser, debía regresar a esas tierras, o al menos, esa era la excusa que Noruega tenía para estar allí.

Notó que el paisaje de ese lugar era algo rural y tradicional. La mayoría de las viviendas que veía alrededor eran sencillas y no muy modernas.
Habían algunos árboles con poco follaje en el lugar, y había un pequeño río de aguas rápidas corriendo a través del lugar.
Todo eso pasaba frente a los ojos de Noruega, cuando en un movimiento fugaz bajó la vista y observó algo curioso en el suelo: eran huellas.
Pisadas de unos pies tan diminutos como los de un niño de edad corta. Parecían comenzar en el río.

No sabía exactamente por qué le importó, pero la intriga lo hizo seguir aquellas pisadas. De vez en cuando la nieve las cubría un poco, pero no desaparecían en su totalidad; además, estaban húmedas al igual que el área que las rodeaba, como si quien las hubiera hecho estuviera empapado de agua hasta el alma.
Las huellas subían por una pequeña colina, en la que había un árbol plantado justo en la cima. Noruega observó por tres segundos aquel árbol lleno de corteza y de follaje espaciado y claro, para luego proseguir con su camino.

Una vez estuvo a escasos metros de aquel árbol, notó que había algo inusual cerca de él: había una pequeña pila de piñas secas, cafés y aún con unos cuantos hilillos. De seguro que alguien había acampado allí cerca.
El noruego caminó con cautela hasta asomarse al otro extremo del árbol; tenía un agujero mediano en su tronco, y dentro de él podía verse un bulto oscuro y rollizo.
La intriga creció en la mente de Noruega, por lo que apartó la maleza que cubría aquel agujero. Dentro de él, había un pequeño niño, encogido, abrazando sus rodillas tratando de cubrirse con un manto rasgado que quizá en un principio fue color blanco, vestía un pantalón y una camisa bastante grandes para él totalmente mojados. El cabello y todo el cuerpo sin excepción del pequeño estaban mojados.

Noruega se sorprendió ante tal escena. No podía dejarlo allí, probable o más bien seguramente se congelaría durante la noche.
En ese momento, el chiquillo abrió los ojos y observó a la persona que estaba ante él; eran azules, muy profundos.

—¿Estás solo?— preguntó Noruega casi murmurando.

Aquel niño extraño no hizo mas que sentarse dentro de su pequeño nido y asentir.

—¿Tienes frío?

El infante bajó la mirada haciendo que los cabellos sobre su frente escurrieran pequeñas gotas de agua.

—Bien, ven conmigo, te congelarás aquí afuera.

Noruega tendió la mano ante el niño, que lo miraba con los ojos bien abiertos y notoriamente confundido; a pesar de ello, apoyó su pequeña mano sobre la del noruego y salió del hueco.
Comenzaron a caminar, y a los pocos metros Noruega notó que el niño no llevaba zapatos en los pies; lo alzó por debajo de los brazos y lo unió a su pecho, cubriéndolo con parte de la capucha que llevaba puesta.

Lo que estaba pasando era extraño, y no dejó de asombrar a Noruega ni por un minuto; ¿qué era lo que hacía un niño como aquel en un lugar como ese, solo y abandonado a su suerte?
Era una de las cosas más extrañas con las que se había topado hasta ahora.

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