VIII

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Noruega despertó con algo de sobresalto. Sacudió la cabeza y peinó hacia atrás los cabellos que caían sobre su frente.
Caminó descalzo a través de la habitación hasta recargarse en el marco de la puerta; todo lo que ocurrió el día anterior bien pudo haber sido un sueño. ¿Y si lo era? podría haber sido uno demasiado real.
Caminó hasta dar con la puerta de la habitación de a lado, el cuarto de huéspedes; empujó levemente la puerta y asomó parte de la cabeza en su interior. Efectivamente, allí estaba Dinamarca, durmiendo plácidamente, con una pierna fuera de la cama y la almohada llena de baba fresca.
Cómo le recordó eso a las veces en que el viejo Dinamarca se quedaba a dormir en esa misma habitación.

Un brillo esperanzador pareció cruzar vagamente los ojos del noruego. Se dio media vuelta y siguió su camino hacia la cocina, no pensaba en absoluto interrumpir el dulce sueño de aquel pequeño.
Se sirvió una taza de café como de costumbre y se sentó sobre el sofá de la sala de estar; el panorama parecía, desde la ventana, más frío que el día anterior, se había formado una fina capa de hielo sobre el cristal, haciéndolo parecer más bien un vitral.
Cuando terminó Noruega dejó la taza vacía sobre el fregadero y se encaminó a su oficina; revisó su agenda notando que de hecho estaba considerablemente vacía, salvo por, sin estar escrito pero bien presente, la visita de Islandia que se supone sería en ese día.
Pensó entonces que, si en verdad Dinamarca había resurgido como país, debía hablarlo con su jefe, y con el jefe del contrario, tal vez pudieran llegar a un acuerdo para ayudar a que el pequeño Dinamarca aprendiera bien sus deberes como nación. Pero en realidad, estaba yendo muy lejos para sólo haber pasado un día con él, ni siquiera los demás nórdicos sabían de su existencia.

Como si la situación hubiera respondido a sus pensamientos en ese instante, unos golpes sonaron desde la puerta de entrada; Noruega se dirigió al lugar y abrió la puerta, encontrándose con Islandia.

—Ice.

—Dime para qué querías que viniera y terminemos con esto rápido ¿de acuerdo?

—Siento lo de anteayer, ya te lo dije.

—Sí, claro.— dijo rodando los ojos y en un tono de disgusto.

—En serio Ice, tienes que entrar.

—Está bien, está bien.— pasó al interior de la  vivienda sin mucho afán.

Noruega cerró la puerta y caminó hacia el pasillo que conducía a las habitaciones, sin embargo, al notar que Islandia no lo seguía, se detuvo de golpe y giró sobre sus talones.

—Sígueme.

—Primero dime de qué se trata todo esto; ¡eres impredecible! un día te comportas de lo más inmaduro, ¿y ahora me dices que venga pero no me dices por qué? ¡¿cómo quieres que alguien te entienda así?!

—¡Tan sólo...! ¿Por qué no puedes simplemente seguirme y ya?

—¡¿Por qué no puedes decirme de qué se trata?!

—Baja la voz— dijo en un alto murmullo.

—¿Por qué habría de hacerlo?

—...

Noruega se abalanzó sobre Islandia, lo tomó por el brazo izquierdo y lo llevó casi a rastras a la habitación de huéspedes; el menor no dejaba de quejarse y remilgarle a su hermano lo que estaba haciendo.
Cuando llegaron a la entrada de la habitación de huéspedes, Noruega se llevó el dedo índice a los labios y señaló la puerta.

—¿Qué?

—Sólo entra allí.

—...— Islandia miró a su hermano desconcertado y abrumado—... Espero no encontrar un altar de conmemoración lleno de velas dentro.

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