VI

21 3 0
                                    


Comenzó a hacer más frío en el lugar; el pequeño niño empezaba a temblar y a apretar los extremos de la capucha en un intento por calentarse. Noruega supo entonces que ya debía estar cerca de su casa, por lo que cubrió un poco al mas infante y siguió con su caminata; en algún momento pensó en si podría viajar en transporte, pero prefirió no hacerlo y seguir caminando, pues realmente no le agradaba hablar con gente extraña, y mucho menos que estos se quejaran de que no lo escuchaban por tener una voz tan baja algo dificultosa de oír.

La nieve se espesaba más y más conforme avanzaba, hasta que hubo un punto en el que era tan dura como la tierra. Ya era tarde, el cielo se tornaba color morado y el sol comenzaba a escabullirse por el poniente; aquella caminata le había tomado más tiempo de lo esperado.
Pronto, pudo divisar los picos de algunas montañas. A los cuantos kilómetros al fin pudo ver su casa. El niño alzó la mirada por un momento y observó el panorama algo confundido y a la vez maravillado, pero inmediatamente una ráfaga de aire helado lo obligó a enterrar el rostro entre los ropajes del noruego otra vez.

Al entrar a la vivienda, Noruega dejó al niño sobre el suelo y lo observó fijamente. Entonces notó toda la suciedad que abundaba en las vestiduras del menor, en sus manos, en su rostro, en sus cabellos y en sus pies desnudos.

—Quédate allí— dijo antes de marcharse por uno de los pasillos de la casa.

El infante tan sólo lo miró con esos ojos tan grandes y curiosos que tenía, luego dio un par de vueltas sobre sí mismo y observó el lugar, quedando algo asombrado por todo lo que allí había.
Mientras tanto, Noruega llevaba un par de toallas al baño. Abrió la llave caliente de la bañera para luego abrir un poco menos la fría, listo para dejarlo llenar.
Los pensamientos se agolpaban en su mente:
¿quién era ese niño?
¿habría alguien buscándolo? ¿estaba abandonado?
¿cuánto tiempo había estado en aquel tronco?

En eso, la sensación del agua tibia tocó sus dedos que estaban en el interior de la tina, anunciando que el nivel del agua estaba perfecto.
Cerró ambas llaves y salió del cuarto de baño, en busca del niño.
Cuando llegó a la sala de estar donde lo había dejado, encontró un sin número de charcos por doquier, que daban hasta el pequeño quien se había subido a uno de los sofás, empapándolo en el acto.

—Te dije que no te movieras.

El pequeño bajó la mirada y observó de reojo al noruego, quien le estaba a tendiendo la mano.

—Ven aquí... Estás sucio— fueron las palabras de Noruega para hacer que el niño se le acercara.

Lo tomó de la mano para evitar que pudiera escabullirse en alguna de las puertas y hacer otro desastre; entró junto con él al cuarto de baño y se dio la vuelta sin salir de la habitación. Sin embargo, no escuchó ningún movimiento detrás suyo, por lo que volvió a girar sobre sus talones, descubriendo que el pequeño no se había movido, sólo miraba hacia la bañera con una expresión es estupefacción.

—¿No piensas entrar?— dijo Noruega al chiquillo— ¿prefieres estar todo sucio y mojado?

El niño miró al noruego con una cara tal de inocencia que se podría decir era angelical. Comenzó a quitarse la camisa que llevaba puesta, sin dejar de ver al mayor.

—Buscaré algo de ropa.

Dicho eso Noruega salió de la habitación. Entró a su dormitorio y buscó dentro del armario algún conjunto de ropa lo suficientemente pequeño para que aquel niño pudiera caminar y moverse sin problemas; pero no había nada tan pequeño, todo era exacto para el uso de alguien mayor.
Entonces recordó que en el almacén habían algunas cosas viejas que ya no utilizaba, tal vez allí seguían las ropas que hacía varias décadas Islandia alguna vez utilizó.
Entró en aquel tramo de habitación oscuro y algo polvoso por el tiempo que allí llevaba; por suerte los viejos ropajes de su hermano menor estaban sobre una caja en la entrada; los tomó rápidamente y salió de vuelta a donde estaba el pequeño.
Tocó la puerta para hacerse anunciar y acto seguido entró en el lugar, desviando la mirada hacia una de las paredes del cuarto.

Farver i himlen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora