Capítulo 1

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Las enormes puertas metálicas se abrieron, haciendo así un chirriante y molesto sonido que llamó la atención de todos.
El chico caminó nervioso, aquellas miradas de curiosidad no hacían más que aumentar su incomodidad. Nunca le había gustado ser el centro de atención.
Le ponía... nervioso.
Las miradas le seguían, quizás por el estruendoso sonido que causó al entrar o, tal vez, por ver una cara nueva. Era oficialmente el chico nuevo.

Un, dos, tres. Respira. Cuatro, cinco, seis. Inhala. Siete, ocho, nueve. Espera. Diez, exhala.

Lo repitió mentalmente un par de veces más, soltando a la tercera todo el aire de golpe. Era algo que había aprendido por su cuenta para manejar sus nervios, no quería sufrir más ataques.

Froy no era un chico fácil, sus continuos ataques de nervios y pánico no le permitían llevar una vida fácil. Tenía que controlarse y el lo sabía. Esos ataques debían parar.

Caminó sin rumbo fijo, buscando algún lugar sobre el que poder apoyarse para respirar, algo así como un baño. Pero, ¿Cómo era la gente capaz de encontrar un baño en ese gran laberinto? Froy se sentía como Thomas; desorientado y sin saber a dónde debía dirigirse. Aunque suponía que debería buscar un departamento de orientación o algún despacho de alguien importante, como un jefe de estudios o algo así, para que le guiase entre los pasillos del enorme laberinto. Estaba más que seguro de que iba a perderse más de una vez. Sin embargo, aún sabiendo que iba a perderse, decidió seguir por su cuenta. Después de todo no sería tan difícil encontrar los aseos, ¿No?
Cinco minutos después encontró lo que tanto había buscado, aunque sus nervios ya estaban a flor de piel. Se sorprendió de no ver a nadie en aquellos aseos, pero más se sorprendió aún de que estuviesen fuera de servicio, ¿Y si algún alumno tenía que ir urgentemente y se lo hacía por las escaleras en búsqueda de otro cuarto de baño? Tampoco lo pensó mucho, después de todo le venía bien estar sólo.
Apoyó su espalda contra la pared, lo más recto posible e intentó sujetarse a ella tal y como había visto a su madre hacerlo tantas veces cuando llegaba ebria, parecía una tontería pero realmente ayudaba bastante. Apoyó la cabeza contra el frío azulejo y cerró los ojos tan fuerte como pudo.

Inhala, exhala.

Apretó aún más sus manos, como si sus dedos pudiesen traspasar la dura pared.

Inhala, exhala.

Sentía un cosquilleo en la espalda, notaba las miradas en su nuca, aunque estas habían desaparecido hace mucho.

Un, dos, tres.

Su madre, completamente ebria y enfadada apareció en su mente.

Respira.

Cada vez estaba más cerca.

Cuatro, cinco, seis.

Se arrastró por la pared hasta llegar al suelo y juntó tanto sus extremidades que cualquiera podría confundirle con una pelota gigante de fútbol.
Abrió los ojos, humedecidos y rojos.

- La próxima vez fregaré mamá, te lo prometo. ¡No! ¡No por favor!-exclamó presa del pánico.

De sus ojos salieron cascadas de lágrimas y pequeños inicios de hipo comenzaban a emitirse en su pequeña boca. Aquello debía parar. Ella ya estaba muerta, no podía dañarle más.

Se levantó como pudo, intentó lavarse su enrojecida cara con el diminuto chorro de agua que salía de uno de los grifos. Y se miró al espejo. Las ojeras eran mucho menos visibles, sus ojos y su cara seguían enrojecidos, pero pronto volverían a la normalidad, aquellas manchas moradas que solían cubrir gran parte de su rostro ya no seguían ahí, se habían trasladado a su mente, donde parecían no tener cura. Estaba marcado. Dolido. Cansado.
Sin embargo, no demasiado dispuesto a buscar ayuda profesional. Aunque sabía que podría serle de gran ayuda, era algo que debía pensar más a fondo.
Ahora que vive sólo tiene más tiempo para pensar, pero también más tiempo para soñar y eso no le gustaba. Su madre tenía tendencia a parecer por sus sueños y no le resultaba agradable en absoluto. No era una persona bien recibida en aquel mundo de ilusiones y ronquidos, ni en aquel ni en ninguno. Durante años Froy tuvo prohibida la entrada a demasiados lugares por culpa de su madre, como si en la señal de 'prohibidos perros' hubiese un pequeño apartado, en una letra minúscula casi inteligible que sólo los dueños del lugar pudiesen ver, pusiese: 'prohibidos los Gutierrez'
Así que Froy veía justo que a ella se le excluyese de los lugares divertidos como los sueños, ¿Por qué el tenía que sufrir con las pesadillas mientras ella se divertía en sus propios sueños? No era nada justo. Por ello Froy no creía en la justicia y menos aún en la justicia divina. Si eso era justicia él tenía que haber hecho algo muy, muy malo en otra vida para merecer aquello.

Matarazzo (Froy&Andrew)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora