A Los Mil Días

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Su palabra
no deja de serme
suave brisa,
dulce sol.
Y su voz,
en mi huracán,
es el centro,
es la paz.

No quisiera 
se enterara
que con un adiós 
tampoco
hubiese calmado
mis penas,
mi soledad.

Aún después
de mil días
lo recuerdo
con aprecio,
y pensando: 
quizás, 
si me hubiera despedido,
no podría jamás,
al menos, 
volverle a saludar. 

Y me despierto
de un deseoso sueño
de la peor manera
en que se puede 
romper
un anhelo:
la realidad
de que así
como no diste un adiós 
tampoco
me darías un hola.

Gris Y CelesteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora