JAY POV
Bolt. Me encantaba el nombre de la pelusita negra, pero si lo nombraba ella sonaba mucho mejor. La verdad es que cualquier cosa sonaba bien si la decía Courtney. En menos de diez minutos, me dio las gracias aproximadamente un millón de veces, y es que, en la cabaña me confesó que siempre había querido un perro.
Su madre me invitó a comer. Acepté tras una larga insistencia de ambas, pero tampoco me dejaron ayudar a cocinar ni poner la mesa. Supe en ese preciso momento de dónde había sacado esa enana su faceta cabezota. Comimos una deliciosa lasaña de carne y una ensalada de queso de cabra. Por suerte, pude sentarme al lado de Courtney y no pasé tanta vergüenza como creí que pasaría.
-Y bien... ¿estudias o trabajas, Jay? -me preguntó la madre de Courtney.
-Estudio, señora. Psicología. -y sonreí tímidamente.
-Psicología. Me encanta. Con lo bien que nos hubiera venido un psicólogo hace unos años.
-A veces el mejor psicólogo que podemos encontrar somos nosotros mismos, ¿no cree? -no sé porqué dije eso, pero era lo que pensaba.
-Pues sí, tienes toda la razón. -Courtney miraba nuestra conversación impresionada. Supongo que pensaría que yo no era tan vergonzoso, y que su madre no me interrogaría durante la comida.
COURTNEY POV
-Bueno mamá, ya basta de interrogatorios. -dije, ya saturada por tantas preguntas. Pobre Jay, se le notaba la incomodidad a kilómetros.
-Vale, vale. Lo siento. -y puso las manos en alto en señal de inocencia e inofensividad.
-Jay, ¿quieres que subamos a mi habitación?
-Sí, claro. -sonrió dulcemente.
Subimos a mi habitación después de que mi madre dijera que estaría vigilando, maldita pesada. Entramos y me senté en la cama. Le hice un gesto con la mano para que él hiciera lo mismo, y en efecto, lo hizo.
-Courtney, tengo que contarte algo. -me asusté. Sonó al típico "tenemos que hablar".
-Sí, dime. -sonreí como pude, la verdad es que estaba asustada, nunca me han gustado esas cosas.
-Tengo que estar durante toda esta semana fuera de la ciudad. Me han llamado mis padres porque mi hermana se ha puesto enferma, y tengo que ir.
-Oh, no te preocupes. Ve a verla, y espero que no sea nada, jo... -dije apenada.
-¿Me vas a echar de menos? Yo sí. -sonrió de nuevo.
-No te voy a echar ni un poquito de menos... -mentí.
-¿Ni un poquito? -se acercó más a mi rostro y puso carita triste.
-Ni un poquito. -me acerqué aún más, y me besó apasionadamente. Nos tumbamos en la cama. Él quedó tumbado encima de mí, y enredé mis piernas en su cintura. Me apreté más a su cuerpo e intenté quitarle la camiseta.
-Eh, frena, pequeño koala. -dijo apartándose entre risas. -Tu madre está ahí abajo, y no necesito que vayas tan rápido. -sonrió.
-Agh, me encantas. -confesé.
-Me tengo que ir, pequeña. No me eches mucho de menos. -se colocó bien la camiseta, puso orden en su pelo alborotado, guiñó un ojo, me dio un beso de despedida y salió.
Después de este fin de semana tan intenso, y sabiendo que va a estar toda la semana fuera, la semana se me va a hacer completamente cuesta arriba. Jo. Sólo de pensar que mañana no voy a poder verle me pongo triste.
Ya es domingo... Hay que ver qué rápido pasan los fines de semana. Son las doce de la mañana, y acabo de descubrir que soy una maldita marmota. Miro mi móvil y hay un WhatsApp. Jay.
Despierta ya, pequeño koala. Espero que hayas despertado con una enorme sonrisa. Ya estoy con mis padres, y ya te estoy echando de menos. Un beso enana. J.
La verdad es que seguía sin entender porqué ponía esa J. al final de los WhatsApp bonitos, como si fuera un CopyRight o algo por el estilo, pero el mensaje me encantó, y me hizo sonreír. Le contesté que sí, que había despertado con una enorme sonrisa gracias a él, y que yo también le echaba de menos.
Pasé todo el domingo viendo la tele. Por la mañana vi 'Guerra de cupcakes', y durante el resto del día, películas de amor. Maldita cursi. Comí helado de dulce de leche con cuchara sopera, y palomitas.
Me fui a dormir después de whatsappear un rato con Holly y Jay. Caí rendida en minutos.
06:55, maldito despertador, maldito instituto, maldito bachillerato. Quiero dormir.
Me metí en la ducha y me arreglé como pude. Desayuné un par de tostadas con jamón y un Nesquick. Cogí mi mochila y fui en bus hasta el instituto. Llegué cinco minutos antes de que empezaran las clases, y busqué en mi taquilla los libros necesarios para las tres clases seguidas que me tocaban: Inglés, Matemáticas y Lengua. Iba caminando distraída cuando choqué con alguien y todos mis libros cayeron al suelo. Y no. No se detuvo a ayudarme a recoger mis cosas.
-¡Maldito imbécil! Almenos ayúdame a recoger mis cosas, inútil. -grité cabreada. Cuando vi quién era, casi me arrepiento de haber dicho eso, casi. Era un flamante rubio de ojos azules descerebrado, más conocido por ser el capitán del equipo de fútbol del instituto. Chris Phillipson. (*multimedia*) Se acercó y me ayudó, ahora sí, a coger el único libro que quedaba aún en el suelo. Un montón de gente nos había rodeado en ese momento.
-¿A ti no te han enseñado que se respeta a los demás? Sobretodo si los demás son tan guapos como yo. -dijo en un acto de arrogancia y egocentrismo.
-¿A ti no te han enseñado a no ser tan engreído?
-Lo soy porque puedo, pequeña.
-¿Lo de gilipollas también lo eres porque puedes, no? -dije, ya encolerizada. Chris se acercó y juntó la frente con la mía.
-Respétame, niñata. No sabes con quién estás hablando. -sin apartar mi mirada de sus ojos azules, separé mi frente de la suya.
-Por su puesto que sé con quién trato. Chris Phillipson. Yo soy Courtney O'Brien, encantada. -ironicé. Puse rumbo hacia mi clase, no sin antes darle un golpe con mi hombro al pasar, cuando escuché de fondo la voz de Chris.
-¡Esto no va a quedar así, niñata!
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