Día 5

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Ayer seguí al contable hasta su casa. El muy inútil no se dio cuenta de que lo estaba siguiendo. Vive en un barrio caro, en unos apartamentos de esos que tienen un jardín a la entrada, rodeado de una verja de seguridad. Supongo que con eso se sentirán seguros. Sonrío al pensar en la sensación de seguridad que creen tener. Ese capullo no sabe que hoy ha tenido la muerte a unos centímetros de su cara. Ese capullo no sabe que pronto va a sentir tanto dolor que deseará que yo acabe con su sufrimiento.

Camino hacia mi casa. Está a unas dos horas andando de aquí. Afortunadamente para mí eso no es nada. Suelo cuidar mi forma física. Entre semana voy al gimnasio o a correr, y los fines de semana me gusta salir al campo a andar. A veces voy solo. Otras veces voy con algún capullo que se cree en simbiosis con la naturaleza sólo por andar unos kilómetros por un bosque. Voy pensando en cómo hacerlo. Cómo matar al contable gilipollas. No va a ser fácil hacerlo sin que nadie sospeche de mí.

Paro en un bar. Nunca había entrado en ese sitio. Es el típico bar donde hay gente que parece mobiliario del establecimiento. Parece que viven ahí. Están apoyados en la barra, bebiendo asquerosas bebidas alcohólicas mientras intentan olvidar lo patéticas que son sus vidas. Dan pena. Me dan muchísima pena. No, es mentira, no me dan pena, me dan asco. Sus putas vidas asquerosas son patéticas. Ellos son patéticos. Algunos tienen aspecto de llevar la misma ropa que hace una semana. Están ahí, con la mirada fija en algún punto de sus vasos, o mirando la mierda que escupe la televisión a todas horas. Algunos abren sus bocas para vomitar palabras que certifican su estupidez. Escoria. Pido un zumo al camarero. Me mira con cara rara. Parece que si no pides whisky o algo parecido no debes estar en ese bar. Le miro a los ojos. No digo nada. Espero mi bebida. A los pocos segundos me sirve el zumo. Lo pone encima de la barra. Una barra sucia, pegajosa. Miro alrededor. Me da la sensación de que todos los pensamientos de esta gente caben en un botellín de cerveza. Matarles sería liberarles de sus asquerosas vidas.

Tomo mi bebida. Pago. Me voy del bar convencido de que cada vez que mato a uno de esos restos humanos soy un poco mejor persona. Cada asesinato me acerco más a la perfección.

Diario de un PsicópataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora