Día 49 (por la mañana)

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Una insoportable sirena resuena en mi cabeza. Son las siete y media de la mañana. Abro los ojos. Veo el techo de mi celda. Giro mi cabeza y consigo ver los barrotes. Estoy en la cárcel. No tengo ningún compañero aquí dentro. Me han dejado solo. Me aíslan.

Me dirijo con pasos cansados a recoger mi desayuno. Me siento en una silla, dejo mi bandeja en la mesa. No hay nadie junto a mí. Vuelvo a recordar a cada uno de los personajes que han pasado últimamente por mi vida. Ahora lo veo todo distinto. Recuerdo a Lorena. Era una chica guapa. Yo la liberé. También pude hacer feliz a la dependienta. Enseñe a matar a un niño de diez años, antes de acabar con su vida. Y recuperé la ilusión de Marta por el mundo. Soy un buen hombre. Fue Judas quien casi consigue hacerme perder los papeles. Pero finalmente pude volver a sujetar las riendas de mi vida. Acabé con él para siempre. Soy libre. Soy el preso más libre de la historia. De este sucio y asqueroso mundo.

Dejo pasar las horas sin hacer nada. Permanezco en mi celda tumbado, con los ojos cerrados, meditando. Sólo abro los ojos cuando siento que alguien me observa desde fuera. Algunos de los internos de la prisión me miran como si fuera un bicho raro. Son ladrones, camellos, atracadores. Son escoria maloliente. Yo, sin embargo, soy la luz. Su luz. Ellos lo saben, por eso me admiran, por eso me observan. Quieren aprender de mí. Pobres.

La vista inicial del juicio se ha retrasado un día. Nadie ha querido explicarme por qué. He llamado a mi abogado. Me ha dicho que luego me lo explicaría. Que tenía que darme algunas buenas noticias para mí. Las espero con impaciencia.


Diario de un PsicópataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora