Día 12

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Ayer fue el entierro de Lorena. Por supuesto, asistí al sepelio. Había allí una gran número de personas, conocidos, amigos, compañeros de trabajo y, por supuesto, allí estaba yo, su asesino. Era una sensación grandiosa saber que yo era capaz de generar todos esos sentimientos. Había gente llorando, indignada. No les culpo. Maldito desalmado asesino. ¿Cómo puede alguien ser capaz de hacer algo así? Ella era una gran persona. Una chica joven, alegre, guapa, inteligente. Lo tenía todo. Tenía un novio simpatiquísimo. Eran la pareja perfecta. Una lástima. Idiotas. Era una más. Estaba perdida desde el comienzo, desde que la dejasteis venir a este mundo. Yo os he librado de ella. No entendéis nada.

Mucha gente me mira y se acerca a mí. Me da el pésame. Todos sabían que teníamos una relación. Ella debía haberlo contado por ahí. Maldita zorra estúpida. Lloro. Pero no desconsoladamente. Lo justo para que se vea el dolor en mis ojos. Beso a la madre y doy un abrazo al padre. Actúo. Soy el mejor artista de este mundo.

Por fin, todo acaba. La obra de teatro finaliza. Se baja el telón. Pido un taxi y le doy la dirección de mi casa. Mientras arranca voy pensando en qué clase de taxista será. Espero que no me dirija la palabra en todo el viaje. Joder, no los aguanto. Mierda. Se pone a hablarme. Me pregunta con mucho tacto, o lo que una mente como la suya pueda entender por tacto, si vengo del cementerio. Pienso que es la frase más idiota que he podido escuchar en toda la mañana. No le culpo. Tiene el cerebro lleno de mierda. Lleva un periódico deportivo en un asiento del coche. Está gordo. Lleva las ventanillas bajadas. Suda. Suda porque está gordo. Suda porque ha tenido que pensar cómo preguntarme esa absurda frase.

Le contesto con simpatía. Soy un joven simpático, agradable. Soy la potencia hecha acto, pero sin desvirtuar. Soy la idea platónica de la perfección humana. Soy guapo. Soy inteligente. Más que nadie. Tengo el poder de decidir quién vivirá hoy y quién morirá. Soy la mano de dios en la tierra. Hablo con el taxista amistosamente. Acabamos hablando de fútbol. Es lo más lejos que ese hombre podrá llegar. Me cuenta que como taxista ha sido testigo de muchas cosas. Algunas muy raras. Se considera una persona culta. Cada minuto que paso en ese coche me dan más náuseas.

Llegamos a mi calle. Pago y le doy una propina. Me da el pésame. Me da la mano. No sería un mal tipo si tuviera algo de inteligencia. Me despido con educación. Salgo del taxi y me dirijo a mi casa. Hoy no iré a trabajar. Estoy desconsolado. Han asesinado a mi novia. Yo te maldigo, asesino.


Diario de un PsicópataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora